Columna de opinión
Gnothi Seauton
Verificaciones varias
sobre la paz (II)
Hacia
las tres de la tarde, hora de Oslo, Noruega, ocho de la mañana, hora de
Colombia, inició una rueda de prensa entre los representantes del gobierno
colombiano y de las Farc, para dar inicio oficial a las negociaciones que
tienen por meta dar fin al Conflicto Armado Interno, CAI, que viene aquejando a
Colombia desde hace aproximadamente medio siglo.
Esta es
la segunda entrega de esta serie (acá el link a la primera) y seguramente no la
última, puesto que es nuestro objetivo que con el paso del tiempo entremos a
esclarecer con estos análisis los acontecimientos que se vayan ocurriendo en el
proceso de paz que hoy inicia el gobierno de Santos.
¿Por
qué estas negociaciones tienen su inicio en Oslo, Noruega?
Por
razones prácticas, estratégicas y mundanas. Con cinco millones de habitantes y poseedor de inmensas
riquezas fósiles y pesqueras que le permiten contar con el asombroso ingreso
per cápita de US$96.940 (el de su vecina Suecia es de US$60.130 y el de
Colombia es de US$7.650), según The
World in 2012 del semanario
inglés The Economist; sede
del Comité Nobel del Parlamento Noruego, responsable de entregar el Premio
Nobel de Paz y con una larga y respetable tradición de colaboración en la
resolución pacífica de conflictos en lugares como Sri Lanka, Burma, los
Balcanes, Guatemala, Eritrea y el Medio Oriente, así como en cooperación
internacional, Noruega reúne suficientes elementos para convertirse en un
tercero facilitador práctico de las negociaciones entre gobierno y las Farc.
Los
alcances estratégicos que tenga Noruega en la negociación para cada una de las
partes se desprenderán de la habilidad de estas. El Estado colombiano buscará
por medio de Oslo, apoyo político en instituciones tan críticas a Colombia como
el Euro-Parlamento y las mismas sociedades europeas que normalmente observan
con recelo a la institucionalidad colombiana, mientras que por diversas
razones, encuentran atractivos a los movimientos de “liberación nacional”, como
pueden ser equivocadamente consideradas las Farc. Adicionalmente, el gobierno
colombiano buscaría que Oslo se convirtiera en uno de los lobistas de cabecera
de Colombia para obtener ingentes recursos de cooperación internacional para
atender programas dentro en un escenario de posconflicto.
Por su
parte, las Farc buscarán recobrar en los círculos de poder y, sobre todo, de
opinión en el viejo continente, la relevancia y respetabilidad que pudieron
llegar a tener hasta los años del Caguán. Esto es vital para ellos, bien sea en
un escenario de posconflicto, o bien en uno en el que las negociaciones no
lleguen a un arreglo y el CAI continúe. Imponer ideas y mensajes como
“movimiento de resistencia” y “actor beligerante”, siempre será un activo
valioso para este grupo armado ilegal.
Lo
mundano se puede encontrar en la búsqueda escondida, seguramente de las dos
partes, del reconocimiento internacional e “histórico”, gracias a una posible
obtención del Premio Nobel de Paz. Sin embargo, dicho reconocimiento puede
convertirse, dadas algunas circunstancias, en un elemento, no solo práctico,
sino también estratégico para la consolidación de los acuerdos entre las
partes. En algunas teorías y casos de este tipo de negociaciones, a veces se
encuentra que la existencia de un tercero fuerte y poderoso resulta valiosísima
para la consolidación y sostenimiento de los arreglos. Normalmente, en el caso
colombiano, este rol es indilgado a países como los Estados Unidos o incluso
Venezuela o a organizaciones como la ONU. Pero podríamos aventurarnos a afirmar
que un galardón de esta categoría podría hacer las veces de un tercero fuerte y
poderoso. Una vez el laurel se encontrase en las vitrinas, resultaría
excesivamente costoso, en términos de prestigio, confianza y apoyo para
cualquiera de las dos partes, incumplir lo que se haya pactado.
¿El
rol de los periodistas debe ser y será neutral? ¿Favorecerá a alguno de los
bandos?
Depende
exclusivamente de cada uno de los medios. Colombia es una democracia. Limitada e imperfecta,
pero al tiempo que ha existido en el país el CAI, esas instituciones
democráticas han ido creciendo y madurando poco a poco. Una de las
características de esta democracia es la libertad de la prensa y como la gran
mayoría de los periodistas y los medios lo han indicado, hablando de este tema,
o por ejemplo, de aquellos relacionados con las reservas legales durante los
juicios, como puede observarse claramente en este contundente editorial de El
Espectador, el deber de los medios es informar y punto.
Yendo
al editorial en cuestión, vemos que los medios y el ordenamiento jurídico
colombiano, que es democrático en esencia, conciben de manera fervorosa que
cualquier información que llegue a las manos de los periodistas, sea “por
voluntad o por descuido” de quienes tengan la información, terminará siendo
publicada o no, total o parcialmente, por decisión exclusiva y legal de los
propios periodistas. Esa es su razón de ser y su deber.
Por lo
tanto, conociendo a las partes, y no siendo ingenuos, entendemos que van a usar
la información como una herramienta, como un arma para mejorar sus posiciones
negociadoras. Sea por medio de la filtración soterrada, la filtración abierta,
o el detenimiento completo del flujo de la información.
Los flashes informativos, los
cubrimientos especiales, las entrevistas exclusivas, los accesos a documentos
secretos y los chismes que vamos a encontrar en estos meses deben ser
entendidos siempre como parte de la negociación. No son ejercicios inocentes.
Podría decirse que se debe aplicar ese aforismo que dice “piensa mal y
acertarás”, y así lo debe entender la opinión pública, como también, debe
decirse, desafortunadamente, los mismos formadores de esta así como los
dirigentes políticos, económicos y militares. La información es poder y, en ese
sentido, un arma más.
Recalcando
el carácter democrático del Estado colombiano, valdría afirmar los medios sí
deberían escoger un bando, y este debería ser el de la legalidad, sin que esto
signifique un arrodillamiento o un pliegue descarado y grosero a todas las
posiciones e informaciones oficiales. Quizás ya sea muy tarde para adelantar
esta discusión, pero vale la pena dejar esta constancia en el récord.
Y
la pregunta del millón: ¿cuál es el precio que está dispuesta a pagar la
sociedad colombiana para dar término al CAI y a la existencia de la marca Farc?
¿Cómo establecer ese precio?
Esa
es su decisión y responsabilidad, señ@r lect@r. En
el programa de la noche del miércoles 17 de octubre de Caracol Televisión, 7/24, dirigido por Luis
Carlos Vélez, Felipe Zuleta afirmaba con su acostumbrado desparpajo, que lo que
buscaban las Farc, y con ella se refería a la dirigencia y a algunos mandos
medios, “los treinta que están en Oslo y Timochenko”, era blanquear sus
capitales y su situación jurídica porque, sencillamente, “están mamaos”. Mientras tanto, quién
lo acompañaba como panelista invitado, Alberto Bernal, investigador y
columnista, argüía que él no veía un resultado distinto a una Constituyente en
donde tuvieran lugar las Farc y con ello buscaran realizar severos cambios a
las instituciones existentes, a lo que Zuleta replicaba que eso no podía ser
así porque las Farc, según el comentarista de Blue Radio, un personaje como
Timochenko, no tenía “más de siete mil votos”.
Kíos y
Gnothi Seauton han manifestado hasta la saciedad en diversos comentarios (Las santas Farc… y A poner las Farc en su sitio,
por dar solo dos ejemplos), que considerar a este grupo armado ilegal como “el”
problema colombiano no es más que un craso error que evidencia un serio
desconocimiento de las realidades nacional y global. Si se entiende esto, si se
interioriza esta realidad, se le podrá dar el trato que las Farc se merecen, o
por lo menos el que sea más práctico y conveniente, no para esa organización,
hoy todavía señalada como terrorista, sino para la legalidad y la
institucionalidad colombianas.
A
informarse y decidir.
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