lunes, 1 de octubre de 2012

Tres razones por las que el gasto en seguridad y defensa debe mantenerse en el postconflicto

Columna de opinión
Julían Andrés Vargas Cardona*



Por Julián Andrés Vargas Cardona

Tan pronto el gobierno nacional anunció el inicio de los diálogos de paz con las FARC en Oslo y La Habana, en diferentes sectores de la opinión pública se empezaron a hacer ‘cuentas alegres’ con los recursos que hasta el día de hoy la nación invierte en sus fuerzas de seguridad y defensa. La lógica empleada por estos incautos es muy simple: si ya no hay guerra, entonces no es necesario destinar el 3,7% del PIB (23 billones de pesos) en el Ministerio de Defensa; en cambio, proponen utilizar estos recursos en otras necesidades del país, como la educación y la investigación, sin duda causas nobles y urgentes para el futuro económico. Otros, adicionalmente, auguran un cambio en las proporciones del gasto, en el que la Policía resultaría más beneficiada que las Fuerzas Militares.

Sin embargo, estas posiciones pierden de vista asuntos clave y demuestran una falta de perspectiva estratégica. Existen al menos tres grandes razones por las cuales el gasto en seguridad y defensa debe mantenerse en el largo plazo, y dentro de él, particularmente el de las Fuerzas Militares.

La primera razón tiene que ver con los requerimientos de seguridad en el postconflicto. Los efectos violentos de una guerra que ha durado 48 años difícilmente se neutralizarán en 5 o 10 años; las bandas criminales que resulten del proceso de desmovilización de las FARC continuarán actuando allí en donde la presencia estatal sea muy débil. De ahí que no sea descabellado pensar en dos o tres décadas más de postconflicto, en el que la capacidad de controlar militarmente el territorio es lo único que puede garantizar la estabilidad en tiempos de paz mientras el Estado se fortalece en las regiones periféricas.

En este punto emergen las demandas por un fortalecimiento de la Policía Nacional. El argumento empleado sostiene que la nueva situación se centraría de lleno en la seguridad ciudadana, ya sea en ambientes rurales o urbanos. Y tienen razón. Sería ideal que la Policía tuviese la capacidad de neutralizar el crimen organizado y mantener el orden en todo el territorio, mientras las Fuerzas Militares se dedican a su función primaria de defensa de la soberanía y protección de las fronteras. Sin embargo, la realidad en el corto y mediano plazo es otra. Son las Fuerzas Militares las que en la práctica cuentan con los recursos y el conocimiento para controlar el territorio, en especial las zonas rurales periféricas.

Además, como ya se ha demostrado, la capacidad armada de algunas bandas criminales excede la de la Policía, como en el Urabá. Así, resulta improbable que la Policía adquiera rápidamente la capacidad para neutralizar las bandas criminales con experiencia terrorista que resultarían de la desintegración de las FARC. Por lo tanto, el fortalecimiento de la Policía debe realizarse independientemente del presupuesto de las Fuerzas Militares, es decir, sin detrimento de éstas, que deben mantenerse fuertes y vigilantes en el proceso.

La segunda razón para mantener el gasto en seguridad y defensa, en especial el presupuesto de las Fuerzas Militares, se relaciona con el atraso de éstas en relación con las capacidades estratégicas de disuasión contra guerras simétricas. Durante décadas las Fuerzas Militares se especializaron casi exclusivamente en la guerra asimétrica contra las guerrillas, lo que provocó el abandono de la inversión en equipos militares, desarrollo tecnológico y entrenamiento para una hipotética confrontación bélica internacional. La crisis diplomática entre Bogotá y Caracas en el 2008 es un reciente recordatorio de la urgente necesidad de compensar el atraso en las capacidades de disuasión militar, lo que requiere grandes cantidades de dinero.

Adicionalmente, Colombia debe concientizarse de los recursos hídricos, biológicos, mineros y energéticos que posee y debe proteger, especialmente el Amazonas y el Chocó. El ejemplo dado por Brasil en esta materia debe ser tenido en cuenta, ya que plantea la estrategia nacional de defensa en torno a la protección de los recursos naturales frente a hipotéticas amenazas extra regionales. De ahí se deriva que Brasil busque crear una defensa común suramericana. Por eso, las Fuerzas Militares de Colombia deban contar con las capacidades estratégicas para proteger los recursos de la nación y, dado el caso, para cooperar en la defensa de la región, es especial si el Estado aspira a disputar el poder regional.

En tercera y última instancia, es necesario mantener el gasto en seguridad y defensa porque éste no compite por los recursos para la educación y la investigación. La industria militar debe convertirse en un motor de la innovación científica y  tecnológica, como sucede en Estados Unidos, Europa, Rusia, China y ahora en Brasil. Para ello, es necesario empezar a fortalecer las relaciones de las Fuerzas Militares con las universidades y la empresa privada; esta trinidad permitirá incrementar las capacidades disuasivas de las Fuerzas Militares, incentivará las innovaciones científico-tecnológicas de las universidades y beneficiará las empresas privadas con personal mejor calificado y desarrollos militares con aplicaciones civiles, lo que dinamizaría la industria y robustecería la economía, además de las ganancias por ventas a terceros países.

Como se observa, una reducción en el gasto en seguridad y defensa en el postconflicto no solo no es posible, tampoco es deseable. A los únicos que les conviene un debilitamiento de las Fuerzas Militares es a las FARC y a los gobiernos militaristas con intenciones territoriales sobre Colombia. En oposición, el Estado debe saber proyectarse estratégicamente en la paz, y allí las Fuerzas Militares también son indispensables, sobre todo si se aspira a una integración competitiva en el mundo globalizado.


* Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Magister en seguridad y defensa de la Escuela Superior de Guerra. Director del Centro de Estudios Geopolíticos de la Fundación Rhizoma Global. Columnista de Kíos Colombia.

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