viernes, 19 de octubre de 2012

A propósito de Oslo: las ciudades



Columna de opinión
Gnothi Seauton

A propósito de Oslo: las ciudades

Las ciudades siempre han sido y serán hostiles y trágicas. Allí van a morir los sueños y esperanzas de millones de seres humanos. En medio de ellas existen algunos oasis de alegría y unos poquísimos milagros brotan para satisfacer las esperanzas de unos cuantos. Así y todo, ellas, las ciudades, son el invento magno de la humanidad.

Las ciudades, sean estas globales o de megadimensiones, se encuentran inexorablemente avanzando hacia convertirse en los directos competidores mundiales de los grandes actores a nivel planetario. Términos como BRICS o CIVET deben ser pronto reconsiderados por otros que puedan conjugar las iniciales de Sao Paulo, Mumbai y Shanghái o las de Yakarta, Ankara y Buenos Aires. Estas, por sí solas, competirán, no con las potencias mundiales, sino con los actuales centros políticos, económicos y culturales como Londres, Nueva York y Hong-Kong.

Las fortalezas de todas estas aglomeraciones se desprenden de su condición de nodos. Con el paso del tiempo han logrado atraer abundante capital y conocimiento y con ellos establecer una apreciable estabilidad. Su credo gira alrededor de la eficiencia, ese rasgo temido y despreciado por los simpatizantes de la ingeniería social, provenientes de cualquiera de las orillas del espectro ideológico.

Ciudades hay de todo tipo. Están las capitales de los imperios establecidos y por establecer; las que surgen en cuestión de pocos años alrededor de colosales minas, puertos o fábricas; las que consisten en la materialización de los sueños de holgadísimos príncipes; las que asoman en las orillas de accidentes geográficos; y las planeadas con gran detalle o que crecen de manera anárquica. Todas sin excepción, por eficientes desde todo punto de vista, siempre le han ganado, y le continuarán ganando la partida al campo, atrayendo riqueza y gente.

La ONU proyecta que las ciudades absorberán la mayor parte del crecimiento demográfico hacia 2050, que representará casi dos mil millones de personas. Con ellas, llegarán sus aspiraciones y sus defectos, sus fenómenos como la cultura, el conocimiento, el crimen organizado y los negocios se asentarán en estas aglomeraciones urbanas. 

El primer punto de la agenda de las negociaciones entre el gobierno colombiano y las Farc es el tema agrario. La propiedad de la tierra y los esquemas productivos y de aprovechamiento sobre y debajo de esta, serán algunos de los subtemas más importantes a tratar. Al fin y al cabo este grupo guerrillero tiene sus orígenes en la lucha por la tierra. La preocupación de Gnothi Seauton yace en que la dirigencia política, económica, cultural y académica del país considera que la solución de las grandes cuestiones nacionales se encuentra allí en el campo. Inercia intelectual, escribiría alguna vez Alejandro Gaviria.

Las locomotoras de la agricultura y la minería son potenciales, y de hecho la segunda lo es ya para Colombia, fuentes de generosos ingresos. Pero la verdadera creación de riqueza no se encuentra sobre o enterrada en el suelo. Se encuentra en el valor agregado que a esos bienes se le puede inyectar. Aquí es donde retomamos nuevamente a las ciudades. 

Edward Gleaser, autor de El triunfo de las ciudades, afirma tajantemente con cifras en mano: "[n]o existe un país urbanizado pobre; no existe un país rural rico". Los pobres del campo se dirigen a las ciudades fundamentalmente porque allí está la riqueza y estas son más productivas, v.gr. ricas, porque, afirma Gleaser, al no existir grandes distancias entre los habitantes de estas urbes, los costes de transferencia de las mercancías, las mismas personas y las ideas, se hacen eficientes dramáticamente.

Pero claro, ser ciudad por sí sola no define la condición de ganador o perdedor de una aglomeración urbana determinada. Sí existe una evidente superioridad frente a lo que la vida rural puede ofrecer a una sociedad. Pero para que las ciudades triunfen ante otras ciudades, los retos que estas mismas ofrecen deben ser abordados de forma realista. Según la ONU, el 72% de las naciones en vías de desarrollo se encuentra adoptando políticas que tienen por objeto detener la ola demográfica que se dirige hacia ellas. Un ejemplo cercano que tenemos por estos días en Colombia es la Ley de víctimas y restitución de tierras. A esto hay que responder con las palabras y los consejos de David Satterthwaite del Instituto Internacional para el Ambiente y el Desarrollo: “[n]o me asusta el crecimiento rápido. Me reúno con alcaldes africanos que me comentan: ‘¡Es demasiada la gente que se muda para acá!’, y yo les digo: ‘No, el problema es su incapacidad para gobernarlos’”.

Poco a poco empieza uno a encontrar declaraciones y columnas de opinión que afirman lo que desde estas líneas hemos venido diciendo con casi incansable insistencia. Los problemas y las deficiencias de Colombia no van a desaparecer con la firma de un acuerdo con un grupo de bandoleros históricos como las Farc o el ELN. Los problemas podrán ser controlados y eliminados, y más importante, las deficiencias, convertidas en fortalezas globales, cuando se entienda que fenómenos como la urbanización y las ciudades están aquí para imponerse, y antes que buscar establecer bellas utopías, se debe uno adaptar a estas condiciones y ver la forma de cómo aprovecharlas en favor propio, de la manera más rápida y mejor posible. Es decir, gobernando.

En las ciudades está nuestro futuro. Actuemos acorde a esta realidad. 

Imagen tomada de: 
http://cooneyworldadventures.com/lima-peru/ y 
http://funsxone.blogspot.com/2011/06/modern-cities-on-earth.html

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