Columna de opinión
Gnothi Seauton
A propósito de Oslo: las ciudades
Las ciudades
siempre han sido y serán hostiles y trágicas. Allí van a morir los sueños y
esperanzas de millones de seres humanos. En medio de ellas existen algunos
oasis de alegría y unos poquísimos milagros brotan para satisfacer las
esperanzas de unos cuantos. Así y todo, ellas, las ciudades, son el invento
magno de la humanidad.
Las ciudades,
sean estas globales o de megadimensiones, se encuentran inexorablemente
avanzando hacia convertirse en los directos competidores mundiales de los
grandes actores a nivel planetario. Términos como BRICS o CIVET deben ser
pronto reconsiderados por otros que puedan conjugar las iniciales de Sao Paulo,
Mumbai y Shanghái o las de Yakarta, Ankara y Buenos Aires. Estas, por sí solas,
competirán, no con las potencias mundiales, sino con los actuales centros
políticos, económicos y culturales como Londres, Nueva York y Hong-Kong.
Las
fortalezas de todas estas aglomeraciones se desprenden de su condición de
nodos. Con el paso del tiempo han logrado atraer abundante capital y
conocimiento y con ellos establecer una apreciable estabilidad. Su credo gira
alrededor de la eficiencia, ese rasgo temido y despreciado por los
simpatizantes de la ingeniería social, provenientes de cualquiera de las
orillas del espectro ideológico.
Ciudades hay
de todo tipo. Están las capitales de los imperios establecidos y por
establecer; las que surgen en cuestión de pocos años alrededor de colosales
minas, puertos o fábricas; las que consisten en la materialización de los
sueños de holgadísimos príncipes; las que asoman en las orillas de accidentes
geográficos; y las planeadas con gran detalle o que crecen de manera anárquica.
Todas sin excepción, por eficientes desde todo punto de vista, siempre le han
ganado, y le continuarán ganando la partida al campo, atrayendo riqueza y
gente.
La ONU
proyecta que las ciudades absorberán la mayor parte del crecimiento demográfico
hacia 2050, que representará casi dos mil millones de personas. Con ellas,
llegarán sus aspiraciones y sus defectos, sus fenómenos como la cultura, el
conocimiento, el crimen organizado y los negocios se asentarán en estas
aglomeraciones urbanas.
El primer
punto de la agenda de las negociaciones entre el gobierno colombiano y las Farc
es el tema agrario. La propiedad de la tierra y los esquemas productivos y de
aprovechamiento sobre y debajo de esta, serán algunos de los subtemas más
importantes a tratar. Al fin y al cabo este grupo guerrillero tiene sus
orígenes en la lucha por la tierra. La preocupación de Gnothi Seauton yace
en que la dirigencia política, económica, cultural y académica del país
considera que la solución de las grandes cuestiones nacionales se encuentra
allí en el campo. Inercia
intelectual, escribiría alguna vez Alejandro Gaviria.
Las
locomotoras de la agricultura y la minería son potenciales, y de hecho la
segunda lo es ya para Colombia, fuentes de generosos ingresos. Pero la
verdadera creación de riqueza no se encuentra sobre o enterrada en el suelo. Se
encuentra en el valor agregado que a esos bienes se le puede inyectar. Aquí es
donde retomamos nuevamente a las ciudades.
Edward
Gleaser, autor de El triunfo de las ciudades, afirma tajantemente con
cifras en mano: "[n]o existe un país urbanizado pobre; no existe un país
rural rico". Los pobres del campo se dirigen a las ciudades
fundamentalmente porque allí está la riqueza y estas son más productivas, v.gr.
ricas, porque, afirma Gleaser, al no existir grandes distancias entre los
habitantes de estas urbes, los costes de transferencia de las mercancías, las
mismas personas y las ideas, se hacen eficientes dramáticamente.
Pero claro,
ser ciudad por sí sola no define la condición de ganador o perdedor de una
aglomeración urbana determinada. Sí existe una evidente superioridad frente a
lo que la vida rural puede ofrecer a una sociedad. Pero para que las ciudades
triunfen ante otras ciudades, los retos que estas mismas ofrecen deben ser
abordados de forma realista. Según la ONU, el 72% de las naciones en vías de desarrollo
se encuentra adoptando políticas que tienen por objeto detener la ola
demográfica que se dirige hacia ellas. Un ejemplo cercano que tenemos por estos
días en Colombia es la Ley de víctimas y restitución de tierras. A esto hay que
responder con las palabras y los consejos de David Satterthwaite del Instituto
Internacional para el Ambiente y el Desarrollo: “[n]o me asusta el crecimiento
rápido. Me reúno con alcaldes africanos que me comentan: ‘¡Es demasiada la
gente que se muda para acá!’, y yo les digo: ‘No, el problema es su incapacidad
para gobernarlos’”.
Poco a poco
empieza uno a encontrar declaraciones y columnas de opinión que afirman lo que
desde estas líneas hemos venido diciendo con casi incansable insistencia. Los
problemas y las deficiencias de Colombia no van a desaparecer con la firma de
un acuerdo con un grupo de bandoleros históricos como las Farc o el ELN. Los
problemas podrán ser controlados y eliminados, y más importante, las
deficiencias, convertidas en fortalezas globales, cuando se entienda que
fenómenos como la urbanización y las ciudades están aquí para imponerse, y
antes que buscar establecer bellas utopías, se debe uno adaptar a estas
condiciones y ver la forma de cómo aprovecharlas en favor propio, de la manera
más rápida y mejor posible. Es decir, gobernando.
En las
ciudades está nuestro futuro. Actuemos acorde a esta realidad.
Imagen tomada de:
http://cooneyworldadventures.com/lima-peru/ y
http://funsxone.blogspot.com/2011/06/modern-cities-on-earth.html
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