lunes, 8 de octubre de 2012

Capriles perdió, Chávez empató, pero Venezuela y la oposición ganaron




Chavez Victory, 6 more years.
Columna de opinión
Meden Agan

Capriles perdió, Chávez empató, pero Venezuela y la oposición ganaron



El futuro de Venezuela no dependía en el corto plazo, tanto como nos hicieron creer, de lo que pasara en las elecciones presidenciales del 7 de octubre.

A pesar de que las fuerzas de poder se balancearon aún más entre opositores y oficialistas, la esperanza de quienes votaron por Capriles, y esperaban que con su victoria se cambiara la historia reciente de su país, era engañosa. Sus expectativas eran más resultado de un deseo profundo que de un análisis riguroso y sensato de la situación política, social y económica del país que eligió sufrir a Chávez por al menos 20 años seguidos. La democracia ya hizo su trabajo, ahora los oncólogos deben hacer el suyo.

Ayer, al fin de una jornada democrática en la que se temía por las reacciones violentas de los perdedores, como si ese fuera el principal problema de la Venezuela postelectoral, Chávez obtenía, escrutadas el 90% de las mesas, el 54% de los votos, mientras Capriles llegaba a un no despreciable 45%. 

En principio, los resultados demuestran varias cosas: primero, que con una participación que supera el 80%, los venezolanos acudieron masivamente a las urnas y entendieron que el momento político del país requería de su respuesta ante el llamado de la democracia. La otra lectura, que también da pistas sobre cómo van a ser estos otros seis años de gobierno chavista, y lo verdaderamente importante, cómo hubieran sido esos mismos años bajo la batuta de Capriles, indica que el país está más polarizado que nunca. Con Capriles o sin él, combinando el alto grado de participación y la considerable votación obtenida por el adversario de Chávez, Venezuela será un país ingobernable. Una oposición fuerte y ampliamente legitimada por los más de seis millones de sufragios, convencida como nunca antes de que los años de Chávez en el poder están empezando a terminar, harán del debate político entre opositores y oficialistas un tira y afloje que en lo teórico será fascinante para los analistas, pero que en la práctica convertirá el aparato operativo del Estado venezolano en una máquina aún menos eficiente que hasta ahora.

En el caso hipotético de una victoria de Capriles, la cosa hubiera sido peor en términos de operatividad. Ante unos resultados igualmente apretados, pero que hubieran dado perdedor a Chávez, él y su séquito hubieran hecho una oposición desde las vísceras, poco fundamentada en juicios políticos y en análisis económicos juiciosos, tal como fue su campaña y tal como han sido sus 14 años de gobierno, pero esta vez, sin las herramientas de la institucionalidad con que cuenta el ganador, sino con los dardos malintencionados de quien perdió la oportunidad de seguir siendo un mesías.

Lo segundo, mientras la oposición ganó casi dos millones de votos, Chávez apenas obtuvo cien mil más frente a los obtenidos en 2006. Lo que ha alcanzado electoralmente Chávez tras 14 años, estuvo a punto de lograrlo Capriles en tres meses. Ahí hay un caudal que la oposición debe cultivar y convertir en las próximas elecciones regionales de diciembre y abril próximos, en victorias contundentes si quiere mantenerse como una opción de poder en 2018. El futuro de Venezuela se juega allí, no se jugaba el 7 de octubre. Por eso, quienes votaron ayer por el cambio, deben acudir a las urnas para elegir gobernadores y legisladores de las Entidades Federales, así como a los líderes municipales.

Y las jornadas de diciembre y abril son definitivas porque es en la base de los movimientos políticos y en su capacidad de permear las políticas públicas y las estrategias de gobernabilidad desde abajo, que se soporta su éxito. Un Capriles vencedor ayer, por un margen reducido, con poco apoyo regional y un legislativo opositor, se hubiera enfrentado a un vacío de gobernabilidad que no le daría la suficiente capacidad de maniobra como para sacar a Venezuela del agujero en que se encuentra.

Por eso, lo mejor que le pudo pasar a Venezuela y al candidato Capriles, así como a sus votantes, fue perder por tan poco ayer, comparado con las elecciones anteriores. Ese escenario puede no ser el ideal para sus aspiraciones personales, pues su llegada a Miraflores se aplaza hasta el 2019, pero es lo mejor que le podía pasar al país dadas las circunstancias. La oposición tiene ahora seis años más para organizar las bases y fortalecerlas, para conquistar las regiones y consolidar los apoyos políticos en los entes territoriales. Tiene, en definitiva, seis años para revalidar el papel de las instituciones, que con el liderazgo caudillista de Chávez se debilitaron hasta ser simples apéndices de un aparato hiperideologizado y con poca capacidad real de gestión pública.

La negativa de Chávez a debatir en campaña sus ideas con Capriles, demuestran que el liderazgo político en el vecino país tiene que ver cada vez menos con lo estructural que con lo formal. La reacción del opositor ante la derrota, demuestra su talante de respeto por las instituciones que su contendiente parece no valorar ni fortalecer. Una Venezuela con tres poderes desbalanceados y unos órganos de control que no hacen contrapeso a las ejecuciones irregulares del Ejecutivo debe reconstruirse desde la base, a partir de las habilidades milimétricas de un equilibrista que trabaja sin los focos de los medios en su cara, y no desde Miraflores con una estructura pública que se cae a pedazos.

Lo que se viene en Venezuela con la victoria de Chávez es la radicalización de su proyecto político y económico, pero si la oposición es tan hábil e inteligente como descubrió ante el mundo durante la campaña presidencial, podrá utilizar un caudal electoral no despreciable para fortalecerse regionalmente, luchando por la recuperación de una institucionalidad que permita a Capriles gobernar los destinos de su país en seis años, o menos, si el cáncer le pasa factura de cobro al mesías recientemente coronado de nuevo.

Desde esta perspectiva, lo que pasó ayer en Venezuela, es lo mejor que le pudo pasar a Capriles y a sus más de seis millones de seguidores. Un resultado favorable hubiera sido excelente para él y sus intereses, pero altamente frustrante y perjudicial para un país que en seis años estaría preguntándose nuevamente, qué fue lo que hizo mal. 


Imagen tomada de: http://thecostaricanews.com/
 



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