Columna de opinión
Meden Agan
El futuro de Venezuela no dependía en el corto plazo,
tanto como nos hicieron creer, de lo que pasara en las elecciones
presidenciales del 7 de octubre.
A pesar de que las fuerzas de poder se balancearon
aún más entre opositores y oficialistas, la esperanza de quienes votaron por
Capriles, y esperaban que con su victoria se cambiara la historia reciente de
su país, era engañosa. Sus expectativas eran más resultado de un deseo profundo
que de un análisis riguroso y sensato de la situación política, social y
económica del país que eligió sufrir a Chávez por al menos 20 años seguidos. La
democracia ya hizo su trabajo, ahora los oncólogos deben hacer el suyo.
Ayer, al fin de una jornada democrática en la que
se temía por las reacciones violentas de los perdedores, como si ese fuera el
principal problema de la Venezuela postelectoral, Chávez obtenía, escrutadas el
90% de las mesas, el 54% de los votos, mientras Capriles llegaba a un no
despreciable 45%.
En principio, los resultados demuestran varias
cosas: primero, que con una participación que supera el 80%, los venezolanos
acudieron masivamente a las urnas y entendieron que el momento político del
país requería de su respuesta ante el llamado de la democracia. La otra
lectura, que también da pistas sobre cómo van a ser estos otros seis años de
gobierno chavista, y lo verdaderamente importante, cómo hubieran sido esos
mismos años bajo la batuta de Capriles, indica que el país está más polarizado
que nunca. Con Capriles o sin él, combinando el alto grado de participación y
la considerable votación obtenida por el adversario de Chávez, Venezuela será
un país ingobernable. Una oposición fuerte y ampliamente legitimada por los más
de seis millones de sufragios, convencida como nunca antes de que los años de
Chávez en el poder están empezando a terminar, harán del debate político entre
opositores y oficialistas un tira y afloje que en lo teórico será fascinante
para los analistas, pero que en la práctica convertirá el aparato operativo del
Estado venezolano en una máquina aún menos eficiente que hasta ahora.
En el caso hipotético de una victoria de Capriles,
la cosa hubiera sido peor en términos de operatividad. Ante unos resultados
igualmente apretados, pero que hubieran dado perdedor a Chávez, él y su séquito
hubieran hecho una oposición desde las vísceras, poco fundamentada en juicios
políticos y en análisis económicos juiciosos, tal como fue su campaña y tal
como han sido sus 14 años de gobierno, pero esta vez, sin las herramientas de
la institucionalidad con que cuenta el ganador, sino con los dardos malintencionados
de quien perdió la oportunidad de seguir siendo un mesías.
Lo segundo, mientras la oposición ganó casi dos
millones de votos, Chávez apenas obtuvo cien mil más frente a los obtenidos en
2006. Lo que ha alcanzado electoralmente Chávez tras 14 años, estuvo a punto de
lograrlo Capriles en tres meses. Ahí hay un caudal que la oposición
debe cultivar y convertir en las próximas elecciones regionales de diciembre y
abril próximos, en victorias contundentes si quiere mantenerse como una opción
de poder en 2018. El futuro de Venezuela se juega allí, no se jugaba el 7 de
octubre. Por eso, quienes votaron ayer por el cambio, deben acudir a las urnas
para elegir gobernadores y
legisladores de las Entidades Federales, así como a los líderes municipales.
Y las jornadas de
diciembre y abril son definitivas porque es en la base de los movimientos
políticos y en su capacidad de permear las políticas públicas y las estrategias
de gobernabilidad desde abajo, que se soporta su éxito. Un Capriles vencedor
ayer, por un margen reducido, con poco apoyo regional y un legislativo
opositor, se hubiera enfrentado a un vacío de gobernabilidad que no le daría la
suficiente capacidad de maniobra como para sacar a Venezuela del agujero en que
se encuentra.
Por eso, lo mejor que le
pudo pasar a Venezuela y al candidato Capriles, así como a sus votantes, fue
perder por tan poco ayer, comparado con las elecciones anteriores. Ese
escenario puede no ser el ideal para sus aspiraciones personales, pues su
llegada a Miraflores se aplaza hasta el 2019, pero es lo mejor que le podía
pasar al país dadas las circunstancias. La oposición tiene ahora seis años más
para organizar las bases y fortalecerlas, para conquistar las regiones y
consolidar los apoyos políticos en los entes territoriales. Tiene, en
definitiva, seis años para revalidar el papel de las instituciones, que con el
liderazgo caudillista de Chávez se debilitaron hasta ser simples apéndices de
un aparato hiperideologizado y con poca capacidad real de gestión pública.
La negativa de Chávez a
debatir en campaña sus ideas con Capriles, demuestran que el liderazgo político
en el vecino país tiene que ver cada vez menos con lo estructural que con lo
formal. La reacción del opositor ante la derrota, demuestra su talante de
respeto por las instituciones que su contendiente parece no valorar ni
fortalecer. Una Venezuela con tres poderes desbalanceados y unos órganos de
control que no hacen contrapeso a las ejecuciones irregulares del Ejecutivo
debe reconstruirse desde la base, a partir de las habilidades milimétricas de
un equilibrista que trabaja sin los focos de los medios en su cara, y no desde
Miraflores con una estructura pública que se cae a pedazos.
Lo que se viene en Venezuela con la victoria de
Chávez es la radicalización de su proyecto político y económico, pero si la
oposición es tan hábil e inteligente como descubrió ante el mundo durante la
campaña presidencial, podrá utilizar un caudal electoral no despreciable para
fortalecerse regionalmente, luchando por la recuperación de una
institucionalidad que permita a Capriles gobernar los destinos de su país en
seis años, o menos, si el cáncer le pasa factura de cobro al mesías
recientemente coronado de nuevo.
Desde esta perspectiva, lo que pasó ayer en
Venezuela, es lo mejor que le pudo pasar a Capriles y a sus más de seis
millones de seguidores. Un resultado favorable hubiera sido excelente para él y
sus intereses, pero altamente frustrante y perjudicial para un país que en seis
años estaría preguntándose nuevamente, qué fue lo que hizo mal.
Imagen tomada de: http://thecostaricanews.com/
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