Columna
de opinión
Alter Ego
Petroesclerosis
El 2012 se caracterizó por la llegada de
Gustavo Petro Urrego al Palacio Liévano, después de una agitada campaña
electoral. El ex senador logró alzarse con el segundo cargo de elección popular
más importante del país, aprovechando dos factores decisivos: la división de
los partidos la Unidad Nacional en la presentación de candidaturas y la
visibilidad que logró en la contienda electoral debido a su buen desempeño en
los debates previos. Para algunos observadores avezados y muchos críticos
acérrimos, Petro se encontró con la Alcaldía, cargo que no necesariamente
estaba en sus planes inmediatos. Los temas que abordó en su programa de
gobierno demuestran desconocimiento de las problemáticas de las localidades o
del sentir de la ciudadanía bogotana. Si bien es cierto que planteó temas de
importancia capital, como la gestión del agua, el cambio climático o el enfoque
de derechos en las políticas públicas, su plan inicial parecía muy general y
escueto, frente a los retos que se presentan en una urbe que tiene 20
realidades y panoramas diferentes, tantos como sus localidades. La gestión de un Alcalde Mayor responde a una
agenda amplia, que no solo incluye temas del resorte de entidades nacionales,
sino también la resolución de problemáticas micro, entre las que se cuentan la
cultura, la gestión comunal, la participación ciudadana o el mejoramiento de
barrios, entre muchos otros.
Desde un inicio, Petro minimizó las
críticas y las opiniones desfavorables y las rotuló bajo un enfoque ideológico.
Para él, las discusiones técnicas sobre sus iniciativas respondían al “temor”
de algunos sectores frente a su modelo de gobierno, clasificado bajo el
intangible de la “política del amor”. Desde su cuenta de Twitter se ha
despachado contra todos aquellos que cuestionan sus decisiones o ponen en tela
de juicio sus proyectos, muchos de los cuales se formulan más con el deseo que
con criterios viables y objetivos. Considera que todo aquel que hace alguna
objeción, es el vocero de sectores “retardatarios, de extrema derecha” o
incluso “paramilitares”, como clasificó a los operadores del servicio de aseo.
Su talante democrático y pluralista se ha puesto en entredicho frente a salidas
despóticas, soberbias y monárquicas, en las que pareciera que solo él es el
dueño de la verdad y la razón.
Más allá de sus posiciones cuestionables
sobre los grandes temas urbanos, en la opinión pública se ha consolidado una
sensación agridulce que se sustenta, por un lado, en el reconocimiento de su
inteligencia y capacidad y, por el otro, en el rechazo ciudadano que causan sus
bandazos continuos, sus cambios de parecer o sus declaraciones salidas de
contexto, como si tratara de crear cortinas de humo frente a cada crisis distrital
que ha tenido que capotear.
Sus logros han quedado eclipsados por los
errores de cálculo que ha cometido, muchos de los cuales se hubieran podido
evitar si potenciara su capacidad de escuchar. Las figuras iniciales de su
gabinete han salido, bien sea por desencuentros con el mandatario, o bien por
el escaso margen de maniobra con el que cuentan para responder a los retos de
sus cargos. Por eso, el Alcalde cada vez está más solo, más íngrimo y más
aislado. Lo acompañan, eso sí, los “cortesanos reales”, quienes como en el
cuento del traje nuevo del emperador, no se atreven a decirle que está desnudo
y que en sus posaderas, se visualiza el futuro de la ciudad.
Por supuesto, nadie quiere que el Alcalde
Mayor naufrague en aguas turbulentas. Todos los bogotanos queremos que su
proyecto se consolide, que la “política del amor” se materialice. Ante la
investigación preliminar que le acaba de abrir la Fiscalía por la caótica forma
de manejar el tema de las basuras, todos le deseamos lo mejor. Que se fuera por
la puerta de atrás, sería una situación mucho más perjudicial, que se sumaría
al desgobierno que nos ha acompañado desde la época de Samuel Moreno. Pensar en
una revocatoria de mandato sería un despropósito. Por eso, la recolección de
firmas que propone el Represente Miguel Martínez es, antes que nada, un signo
de oportunismo político que no le conviene ni a la ciudad ni a nadie. Desde
esta tribuna, hacemos votos para que Martínez se dedique a legislar, a sumar esfuerzos,
a generar sinergias, más que a buscar los “palos en la rueda” y recoger los réditos
de pescar en río revuelto. Y también pedimos que Petro se dedique a gobernar
bien.
Manejar Bogotá no es una tarea fácil, ni
mucho menos. Nadie desconoce que Petro se montó en un potro difícil de domar.
No obstante, la audacia de un gobernante se mide en la capacidad que tiene para
sacar lo mejor de sí y mostrar su talante, ante los retos que se le imponen. En
innumerables ocasiones, Petro ha demostrado su fortaleza, condiciones
excepcionales y carácter férreo y combativo. Le quedan tres años para demostrar
que su presencia en el escenario político distrital es más importante que su
militancia y su pasado guerrillero. Esperemos que no se le atraviesen las
aspiraciones presidenciales.
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