Meden Agan
Petro
o el gobierno de la “mesura cero”
Desde esta mañana cambió el sistema de
recolección de basuras en la capital colombiana, una ciudad que según cálculos
trasnochados de hace cinco años generaba 6.300 toneladas de residuos diarios,
cifra que aumenta a casi 8.200 en los días de fin de año, coincidencial y
sorpresivamente, la fecha en que Petro decidió probar el nuevo modelo.
Este, si se puede llamar así, consiste en
que una flota de volquetas, 380 para ser exactos, y 4.800 operarios de aseo, en
nombre de un supuesto operador público, que en realidad estará representado por
la tercerización del servicio a varios operadores privados pequeños, pasarán
recogiendo las basuras que, sin una campaña previa de sensibilización
ciudadana, los bogotanos separarán en dos bolsas: una blanca para material
reciclable y una negra para residuos ordinarios.
El esquema de “Basura cero” de Petro está
planteado, incluso por él mismo en estratégicas columnas de opinión cedidas por
los principales diarios capitalinos en sus ediciones dominicales, como un
modelo “legal, transitorio y progresivo” porque se acoge a la ley y busca dar
cumplimiento a la sentencia de la Corte Constitucional que obliga a incluir a
los recicladores en el negocio de las basuras, porque funcionará por un año,
como un pilotaje, y porque contempla estrategias complementarias de asistencia
a la población de recicladores de oficio censada y organizada por la Unidad
Administrativa Especial de Servicios Públicos –UAESP-.
Sus principales objetivos, también en
palabras de Petro, son “regular las tarifas, optimizar el servicio e incluir la
población recicladora, para racionalizar las utilidades finales de los actuales
operadores en defensa del interés general de la ciudadanía”, como si un interés
ciudadano no fuera la buena prestación del servicio de aseo de manera
eficiente.
Adicionalmente, el Alcalde anunció que se
implementará un “estímulo a la ciudadanía para lograr el cambio cultural que
requiere la separación en la fuente” que permitiría el funcionamiento del
modelo transicional. Pero el estímulo es un misterio. Sin campaña masiva de concienciación,
lo que a partir de hoy hagan los ciudadanos será una sorpresa. Sin una verdadera
cultura de corresponsabilidad frente al asunto de las basuras, en la que los
ciudadanos y los gobernantes sientan y actúen como si el problema fuera de
todos, la cosa no va a funcionar.
El modelo, tal como se vendió, y como
empezó a operar hoy, por lo visto en las noticias, deja grandes dudas: ¿Las
anunciadas 60 bodegas para el recibo del material reciclable, previamente
separado por los ciudadanos en la bolsa blanca y recogido por los recicladores
uniformados que van delante de las volquetas recolectoras, son funcionales y
están dotadas tecnológicamente como el Centro de Reciclaje de La Alquería, una
iniciativa en operación desde la alcaldía de ‘Lucho’ Garzón y que hoy apenas
recibe el 0,8% de los residuos potencialmente recuperables? ¿Qué pasará con los
recicladores no censados y, por ello, no organizados y no reconocidos por los
entes públicos? ¿Podrán competir contra los organizados? ¿Qué son y cómo
funcionarán los llamados “comités barriales de aseo” cuyo objeto es garantizar
la inclusión de la población recicladora de oficio al esquema? Esperemos que el
tiempo dé respuestas a estas preguntas, porque Petro no lo ha hecho hasta hoy.
A partir de ahora, luego de luchar
infructuosamente contra la “guerra del centavo” de los buseteros, Bogotá
institucionaliza por decreto, sin consensos y sin la infraestructura adecuada
para prestar el servicio público de aseo a los ciudadanos, la “guerra del
centavo” de los recicladores. Batalla campal por trozos de aluminio y cajas
arrugadas de cartón.
A partir de hoy, según la misma
Superintendencia de Servicios Públicos, Bogotá prestará el servicio soportada
en un decreto con vacíos jurídicos que podrían costarle al Distrito la pérdida
de millones de pesos, de tiempo y legitimidad que necesita para dejar de dar
bandazos en las políticas que son fundamentales para la ciudadanía, como esta. Eliminar
con una firma del Alcalde la libre competencia, no es solo inconstitucional,
sino una torpeza económica. Petro y su equipo demuestran así un desconocimiento
vergonzoso de la historia de los modelos socioeconómicos. ¡El Muro se cayó ya
hace varios años! Usar volquetas para recoger los residuos va en contra de lo
estipulado por la ley, si es que no cumplen unas condiciones
técnicas mínimas por ella establecidas. Saltarse las reglas de contratación
transfiriendo la responsabilidad de la misma, desde la UAESP al Acueducto, que si
puede contratar a dedo, levanta serias sospechas, especialmente si la principal
firma asesora es de un exmilitante del ‘Eme’ que también ha sido cercano al
Alcalde.
Petro improvisa: La UAESP ha tenido
cuatro directores en un año. Como alcalde, prorrogó los contratos a los
operadores privados por nueve meses y ahora los cuestiona y los da por
terminados. Elige a Aguas de Bogotá para manejar la recolección y disposición
en el Relleno Sanitario Doña Juana, cuando previamente dicha empresa fue
sancionada por la misma UAESP cuando lo operó. Algunos columnistas, que parecen
ser mucho más técnicos que Petro, hacen cuentas y denuncian que el modelo
planteado por el burgomaestre puede llegar a ser mucho más costoso para la
ciudad que el actual, en términos de desembolsos e inversiones, y por el costo
añadido de un supuesto detrimento representado por la prestación no tan
eficiente del servicio. El Alcalde intentó negociar a última hora con
contratistas privados luego de llamarlos mafiosos, usureros y paramilitares. Si
eso no es improvisación, es torpeza o una atrevida y vergonzosa falta de
sentido común.
Los recicladores son interlocutores poco
estratégicos: Que a su líder, responsable de administrar el Centro de Reciclaje
La Alquería, se le ocurra que pegarle un varillazo a su aliado estratégico de
cara a toda negociación con el Gobierno, sea la manera de obtener beneficios dentro de este
modelo, es inaudito y peligroso. Las reivindicaciones, por más justas y
desatendidas que hayan sido, no se hacen a punta de golpes y amenazas verbales
o físicas. Si así son los recicladores cercanos a la institucionalidad, ¿serán
Petro y compañía capaces de manejar o controlar a los no organizados?
Y la ciudadanía es inculta: Los
bogotanos, y en general los colombianos, creen que el problema de las basuras
se soluciona cuando se entrega la bolsa llena a quien sea que la recoja. Para
pocos el problema de la disposición es un tema estratégico que determina
drásticamente la calidad de vida de las grandes ciudades. Los bogotanos no
saben separar, porque no se les ha enseñado, por pereza o por simple
desinterés hacia los problemas ambientales.
El año termina para el alcalde más complicado
de lo que se pensaba. Gobernando desde una clínica o desde la soledad del
Twitter, ha tenido que enfrentar crisis de gabinete prematuras, ocasionadas por
las renuncias de sus fieles escuderos de antaño y por destituciones de otros
funcionarios cercanos, y solo podrá entregarle a la ciudad dos logros durante su primer
año: la reducción de los asesinatos en un 22%, y eso porque algunos varillazos
no matan, y la rebaja a las tarifas de agua mediante su estrategia del “mínimo
vital”. Movilidad, Sistema Integrado de Transporte, “Basura Cero” y salud
seguirán siendo los grandes lunares de esta alcaldía opaca y pobre en
ejecuciones.
Mucho protagonismo y poca gestión. Poca
mesura en sus declaraciones que polarizan y fomentan una trasnochada lucha de
clases. Incertidumbre y bandazos. Un balance que no se acerca al mínimo
permitido en las democracias modernas. Bogotá debe retomar el rumbo y si no lo hace en estos dos años, los bogotanos deberán elegir mejor esta vez a la persona que
dirija sus destinos.
Por Bogotá, este año, solo han sacado la
cara Millonarios y Santa Fe.
Imagen tomada de: http://noticias.latam.msn.com/co/colombia/articulo_colprensa.aspx?cp-documentid=255215225
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