miércoles, 5 de diciembre de 2012

La política exterior del 'deje así'

Columna La Tarde
Fundación Kíos

La política exterior del ‘deje así’

Hace ocho días escribíamos sobre porque era obligación del presidente Santos considerar seriamente la posibilidad de desacatar el fallo producido por la Corte Internacional de Justicia. Hoy, desarrollados nuevos eventos, nos mantenemos en dicha posición pero nos encontramos medianamente pesimistas acerca de que ese sea el camino tomado por el mandatario y su equipo de gobierno. Pensando mal, haciendo uso de la historia, teniendo en cuenta el actual panorama político colombiano, tanto hacia afuera como hacia adentro, y considerando la debilidad estratégica regional de nuestro país, podemos decir que sobre este fallo habrá desacato, pero solo formal, porque en el fondo será acatado.

No se darán reformas constitucionales para modificar los límites y se harán notas de protesta y denuncias en foros internacionales acerca de la injusticia del fallo, pero acorde a nuestra tradición nacional y nuestra pobre política exterior, no acometeremos acciones en el campo estratégico y político, reales o suficientes, como para desacatar lo sentenciado por la CIJ.

Y así ha pasado desde hace mucho, desde siempre. El problema de San Andrés hoy, en 2007, 2001, 1971 y hasta por allá en 1928, o el de Los Monjes en 1952, o el de las selvas rivereñas al río Putumayo en 1922 y 1916, o el del Istmo desde los días de “Mascachochas” Mosquera hasta 1903, así como las zonas adyacentes a los ríos Yavarí y Caqueta en las profundidades amazónicas en 1853, siempre se ven encuadrados en la lógica derivada de la existencia de una política exterior timorata, retrógrada y politizada. La política del “deje así”.

El joven escritor Juan Esteban Constaín escribía ya hace varios días que en la Enciclopedia Británica de 1837, Colombia figuraba con una extensión terrestre de 2’116.000 kilómetros cuadrados. Hoy es de 1’141.748. ¿A dónde ha ido a parar todo ese territorio? A todos y cada uno de nuestros vecinos. Muchos culpan a una dirigencia rancia y eso es cierto en buena parte, pero valdría la pena preguntarse ¿por qué no está en el ADN nacional este dato? En México se encuentra muy difundido el hecho de haber perdido la mitad de su territorio a manos de los “gringos”. Esto puede ser considerado patriotismo barato, pero la situación colombiana es de alta y peligrosa indiferencia. ¿Qué hacer entonces?

El fallo de La Haya debe verse como una oportunidad. De las crisis surgen los cambios más revolucionarios y si se abordan apropiadamente pueden surgir paradigmas adecuados para afrontar el futuro con mejores herramientas. El debate después de La Haya no se puede limitar a “acatar o no acatar” o a definir “quién tuvo la culpa”. Debe buscarse la profesionalización seria del aparato diplomático, dejar a un lado el peligroso sesgo del legalismo extremo como guía de la política internacional colombiana, identificar y consolidar seriamente el interés nacional propio y ajeno y a desarrollar afinadas capacidades de poder real y tangible.

De no proceder así, La Haya será simplemente un hito más dentro de la larga lista de eventos que han conformado a lo largo de la historia nacional la fallida política exterior colombiana y la desmembración del territorio a manos de nuestros vecinos.

Publicado en la versión física de La Tarde de Pereira, el 4 de diciembre de 2012.

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