jueves, 29 de noviembre de 2012

Es el interés nacional, ¡stupid!


Investigación- Política exterior y defensa nacional
Alejandro Ramírez Restrepo

Es el interés nacional, ¡stupid!

Aciertan los comentaristas colombianos que afirman que el país ha dado un manejo desastroso al proceso jurídico que desembocó en la sentencia de la Corte Internacional de Justicia, CIJ, que le dice a Colombia que debe ceder a Nicaragua entre 75 mil y 150 mil kilómetros cuadrados. Pero esos mismos comentaristas se equivocan de cabo a rabo, cuando afirman que Colombia se encuentra obligada a acatar el fallo para mantener, dirán algunos, recuperar, señalarán otros, una tradición respetuosa del derecho internacional.

Y digo que se equivocan de cabo a rabo, no porque piense que en Colombia no ha existido dicha tradición, que sí la ha habido hacia afuera. Distinto es que al interior, lo de ser in extremis legalistas, no sea un marcado comportamiento nuestro como sociedad. Pero esto no nos interesa ahora.

Decía que se equivocan, porque los comentaristas, así como los mismos dirigentes nacionales, asumen que los países, tal cual los individuos, existen en un mundo moderno (industrial, secular, racional, humanista). Incluso posmoderno (diverso culturalmente, con alto relativismo, inexistencia de verdades absolutas, desafío a la idea del poder y las jerarquías). No es casualidad que tanto la Modernidad como la Posmodernidad, hayan sido condiciones o estados del ser, impulsadas originalmente por personajes pertenecientes a las esferas artísticas y culturales de sus respectivas sociedades (las famosas vanguardias). Fueron ellos a través de la manipulación de la belleza que permitieron que instituciones y comportamientos, inicialmente elitistas y restringidos, minoritarios, poco a poco se convirtieran en sólidas tendencias y permearan las fronteras de otros campos como la ciencia, la medicina, las ingenierías, y como no, los negocios, el derecho y la misma política.

La aparición de estos términos, Modernidad y Posmodernidad, se dan no tanto por la existencia de nuevos fenómenos, instituciones o culturas, sino más bien, por el surgimiento de ambiciosas, que no nuevas, realmente, ilusiones y metas al interior de las clases más progresivas y creativas. Este es el comportamiento recurrente de las sociedades y los grupos humanos a lo largo de la historia universal.

¿A qué voy con esto? A resaltar que esos estados de Modernidad o Posmodernidad en los cuales supuestamente nos encontramos imbuidos, no son otra cosa que imaginarios o tendencias excelentemente posicionadas en nuestras mentes. De hecho, olvídense de CocaCola o Google o Facebook, cuando se habla de marcas en estudios de Top of Mind. Las verdaderas ganadoras, son estas etiquetas que se han consolidado, yo diría más bien, se han apoderado, de las mentes y los corazones de las mayorías, educadas y no educadas, no solo en Occidente, sino en buena parte del mundo.

¿Y qué significa esto? ¿Qué relación tiene esto con el fallo de La Haya? Colombia, Estados Unidos, Nicaragua, China, Venezuela o la Unión Europea, en realidad existen en un mundo antiguo. Esta es otra categoría, otra marca, la Antigüedad, no tan exitosa hoy porque se considera superada, fuera de moda, sin estilo, bárbara (y por antonomasia irracional, jerárquica, religiosa, binaria). Pero esta nos permite comprender el mundo tal cual es, y por lo tanto, nos facilita comportarnos exitosamente, como nación, en el mundo real, que es antiguo.

Como siempre lo advierto, de ninguna manera esta es una oda a la guerra. Ni, mucho menos, un llamado ciego a la política de los desacatos o al desprecio radical al derecho. ¡No! Es un llamado al pragmatismo y al realismo. Es un llamado a identificar el interés nacional, propio y extraño. Es un llamado a reconocer fuerzas que, por ejemplo, el derecho y la filosofía tienden a dejar por fuera de su discurso. Me refiero principalmente a la Geografía, esa indomable fuerza, y a la Historia, esa otra ruda y terca energía (las dos con mayúsculas).

Aterrizando. Puntualmente, con respecto a La Haya debe considerarse seriamente el desacato del fallo. No es la opción más elegante, y claro, tampoco es perfecta. Pero no puede seguirse con la tradición colombiana de ser potencia moral que rubrica y respeta cuanto tratado aparece para ser firmado, los cuales al final de cuentas, sencillamente, son una abdicación de la soberanía nacional y en términos prácticos reducen opciones estratégicas para el país, sin medir posibles consecuencias ni tener en cuenta el interés propio.

Esto no es patrioterismo barato. Ni una posición del momento. Acá hemos defendido este enfoque continuamente. Otra cosa es que el país no ha entendido el mensaje. No se trata de ser belicistas, como algunos denuncian, sino de ser inteligentes. Ese marcado santanderismo que nos ha caracterizado al interior de nuestras fronteras tenemos que empezar a hacerlo a un lado, también, en asuntos internacionales. Las naciones serias y con aspiraciones de influencia y éxito internacional, optan por esa senda. “Es el interés nacional, ¡stupid!”, el antiquísimo interés nacional.

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