Investigación- Política exterior y defensa nacional
Alejandro Ramírez Restrepo
Es el interés nacional, ¡stupid!
Aciertan
los comentaristas colombianos que afirman que el país ha dado un manejo
desastroso al proceso jurídico que desembocó en la sentencia de la Corte
Internacional de Justicia, CIJ, que le dice a Colombia que debe ceder a
Nicaragua entre 75 mil y 150 mil kilómetros cuadrados. Pero esos mismos
comentaristas se equivocan de cabo a rabo, cuando afirman que Colombia se
encuentra obligada a acatar el fallo para mantener, dirán algunos, recuperar,
señalarán otros, una tradición respetuosa del derecho internacional.
Y
digo que se equivocan de cabo a rabo, no porque piense que en Colombia no ha
existido dicha tradición, que sí la ha habido hacia afuera. Distinto es que al
interior, lo de ser in extremis legalistas,
no sea un marcado comportamiento nuestro como sociedad. Pero esto no nos
interesa ahora.
Decía
que se equivocan, porque los comentaristas, así como los mismos dirigentes
nacionales, asumen que los países, tal cual los individuos, existen en un mundo
moderno (industrial, secular, racional, humanista). Incluso posmoderno (diverso
culturalmente, con alto relativismo, inexistencia de verdades absolutas,
desafío a la idea del poder y las jerarquías). No es casualidad que tanto la
Modernidad como la Posmodernidad, hayan sido condiciones o estados del ser,
impulsadas originalmente por personajes pertenecientes a las esferas artísticas
y culturales de sus respectivas sociedades (las famosas vanguardias). Fueron
ellos a través de la manipulación de la belleza que permitieron que
instituciones y comportamientos, inicialmente elitistas y restringidos,
minoritarios, poco a poco se convirtieran en sólidas tendencias y permearan las
fronteras de otros campos como la ciencia, la medicina, las ingenierías, y como
no, los negocios, el derecho y la misma política.
La
aparición de estos términos, Modernidad y Posmodernidad, se dan no tanto por la
existencia de nuevos fenómenos, instituciones o culturas, sino más bien, por el
surgimiento de ambiciosas, que no nuevas, realmente, ilusiones y metas al
interior de las clases más progresivas y creativas. Este es el comportamiento
recurrente de las sociedades y los grupos humanos a lo largo de la historia
universal.
¿A
qué voy con esto? A resaltar que esos estados de Modernidad o Posmodernidad en
los cuales supuestamente nos encontramos imbuidos, no son otra cosa que
imaginarios o tendencias excelentemente posicionadas en nuestras mentes. De
hecho, olvídense de CocaCola o Google o Facebook, cuando se habla de marcas en
estudios de Top of Mind. Las
verdaderas ganadoras, son estas etiquetas que se han consolidado, yo diría más
bien, se han apoderado, de las mentes y los corazones de las mayorías, educadas
y no educadas, no solo en Occidente, sino en buena parte del mundo.
¿Y
qué significa esto? ¿Qué relación tiene esto con el fallo de La Haya? Colombia,
Estados Unidos, Nicaragua, China, Venezuela o la Unión Europea, en realidad
existen en un mundo antiguo. Esta es otra categoría, otra marca, la Antigüedad,
no tan exitosa hoy porque se considera superada, fuera de moda, sin estilo,
bárbara (y por antonomasia irracional, jerárquica, religiosa, binaria). Pero
esta nos permite comprender el mundo tal cual es, y por lo tanto, nos facilita
comportarnos exitosamente, como nación, en el mundo real, que es antiguo.
Como
siempre lo advierto, de ninguna manera esta es una oda a la guerra. Ni, mucho
menos, un llamado ciego a la política de los desacatos o al desprecio radical
al derecho. ¡No! Es un llamado al pragmatismo y al realismo. Es un llamado a
identificar el interés nacional, propio y extraño. Es un llamado a reconocer
fuerzas que, por ejemplo, el derecho y la filosofía tienden a dejar por fuera
de su discurso. Me refiero principalmente a la Geografía, esa indomable fuerza,
y a la Historia, esa otra ruda y terca energía (las dos con mayúsculas).
Aterrizando.
Puntualmente, con respecto a La Haya debe considerarse seriamente el desacato
del fallo. No es la opción más elegante, y claro, tampoco es perfecta. Pero no
puede seguirse con la tradición colombiana de ser potencia moral que rubrica y respeta cuanto tratado aparece
para ser firmado, los cuales al final de cuentas, sencillamente, son una
abdicación de la soberanía nacional y en términos prácticos reducen opciones
estratégicas para el país, sin medir posibles consecuencias ni tener en cuenta
el interés propio.
Esto
no es patrioterismo barato. Ni una posición del momento. Acá hemos defendido
este enfoque continuamente. Otra cosa es que el país no ha entendido el
mensaje. No se trata de ser belicistas, como algunos denuncian, sino de ser
inteligentes. Ese marcado santanderismo que
nos ha caracterizado al interior de nuestras fronteras tenemos que empezar a
hacerlo a un lado, también, en asuntos internacionales. Las naciones serias y
con aspiraciones de influencia y éxito internacional, optan por esa senda. “Es
el interés nacional, ¡stupid!”, el antiquísimo interés nacional.
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