Columna de opinión
Gnothi Seauton
La confesión de Lance
Armstrong
Nuestra lógica ilógica nos ha indicado que los deportistas tienen que ser figuras ejemplares, no solo en su campo, sino como personas que ayudan en causas humanitarias, ambientales, etc. Si no es así, acceder a los contratos y a otras facilidades, se convierte en algo supremamente difícil. |
La
cuestión es sencillísima. ¿Está moribundo Lance Armstrong, despojado de sus
siete Tour de France, y desde ayer
también de su medalla de bronce en los olímpicos de Sídney 2000? ¿Su salud ha
sido afectada por el consumo de esteroides de una manera tal que su calidad de
vida no pueda ser considerada como buena? ¿Hacia futuro sufrirá procesos
degenerativos en su condición física o mental, que no se habrían presentado si
las cosas no hubieran sido como ya todos sabemos fueron?
No,
no y es probable que no. Así de sencillo.
Yohir Akerman escribió acertadísimamente en El
Colombiano en agosto del año pasado que “el doping es al deporte competitivo lo
que las cirugías plásticas son a los reinados de belleza: una realidad
inevitable. En ninguno de los casos la tecnología remplaza las condiciones
físicas, pero sí las mejora”. Entonces, ¿sobre qué yace la lógica que
permite que en las competiciones de los más variados deportes se utilicen las
últimas tecnologías en los accesorios como bicicletas, pistas, zapatos, cascos,
uniformes, estadios y cualquier otro tipo de equipamientos, pero no sucede así
con los accesorios para el organismo
humano?
La
respuesta es sencilla pero de ella se desprenden intrincadas complicaciones. La
actividad deportiva está montada desde una lógica ilógica o lo que creo que los
economistas llamarían una postura irracional. Queremos que nuestros
deportistas, nuestros héroes, y con esa palabra comienza a florecer la
irracionalidad arraigada en el deporte, sean ganadores, sean implacables, pero
que al mismo tiempo respeten a como dé lugar unas premisas que, en el caso
particular del dopaje y los esteroides, buscan mantener la competencia libre de
ayudas antinaturales.
El
caso de Tiger Woods es diciente, aunque no versa sobre estimulantes químicos.
Su caída ni siquiera se produjo por temas relacionados con el deporte, sino con
su comportamiento fuera de los campos de golf. De alguna forma, como bien lo
señaló en su momento el hoy ministro de salud colombiano, Alejandro Gaviria, esperábamos que el
“tigre” no fuera más que un “gatito” feliz en su casa libre de defectos. La realidad es que
encontramos a un competidor soberbio, en todo el sentido de la palabra, que no
se detenía a saciar su instinto de asesino exclusivamente en las canchas, sino
que también lo llevaba a las camas. ¿Qué tiene que ver ello con el golf? Nada,
pero sí tiene que ver mucho con los millones de dólares producidos por toda la
parafernalia alrededor de ese deporte y ese jugador en particular.
Los
deportistas, al igual que cualquier otra persona que resalte en cualquier otro
campo de la actividad humana, tienden a ser competitivos. Son adictos a la
competencia y al triunfo. Y muchas veces enceguecen, podría decirse, por dicha
adicción.
Nuestra
lógica ilógica nos ha indicado que los deportistas tienen que ser figuras
ejemplares, no solo en su campo, sino como personas que ayudan en causas
humanitarias, ambientales, etc. Si no es así, acceder a los contratos y a otras
facilidades, se convierte en algo supremamente difícil. Como se dice en el argot
de las comunicaciones estratégicas, el deportista, a través de sus actuaciones
y sus comentarios, debe siempre mantenerse on
message.
En
los 1960, esa década de revoluciones que después terminaron siendo sometidas en
buena medida, se decía de manera figurativa, que el alzamiento tenía que ser
contra the man. ‘El hombre’ era el
que controlaba la producción, los medios y el pensamiento. Bueno, hoy día las
cosas son muy similares al diagnóstico de los revolucionarios de aquellos días.
Existen unas magníficas máquinas infernales de hacer dinero que deben controlar
su gallina de huevos de oro.
¿Debería
la Unión Ciclística Internacional, UCI, aceptar el doping en cualquiera de sus
formas? Absolutamente sí. Prohibir genera poderosos estímulos para que personajes
como Lance Armstrong actúen como Lance Armstrong.
¿Si
la respuesta afirmativa es tan clara, por qué esto no se realiza? Porque no es
políticamente correcto y porque afectaría el prestigio y la chequera de un
negocio que mueve, solo en los Estados Unidos en lo concerniente a la venta de
bicicletas, partes y accesorios, 6 mil millones de
dólares.
¡Solo en Estados Unidos! ¡Dejando por fuera contratos publicitarios, premios y
organización de certámenes allí y en el resto del mundo!
La tragedia, o la
comedia,
como quieran llamarla, de Armstrong, quizás se convierta en el catalizador para
iniciar una discusión seria sobre la conveniencia y la necesidad de aprobar el
uso de esteroides en este deporte en particular.
No
me malinterpreten. Lo que hizo Armstrong debe provocarle un serio castigo que debe ir más allá
del despojo de sus títulos y medallas. Pero las sociedades y sus Estados deben
buscar la forma cómo interpretar la realidad y no forzar que esta se adapte a
unas ideologías particulares. Del caso del exciclista norteamericano podrían
rescatarse valiosas lecciones que permitan que el deporte, no solo el ciclismo,
utilicen el máximo de ayudas posibles que la tecnología y la ciencia puedan
proveer. Existe algo de diferencia entre doparse con unas líneas de cocaína y
hacerlo bajo el cuidado riguroso de un cuerpo médico y dentro de un cronograma
y una lógica de entrenamiento, que se expresará no solo en los resultados en la
competencia, sino en la calidad de vida en el futuro del deportistas.
Y
claro, para complicar más el asunto, este tema está intrínsecamente relacionado
con la prohibición y control internacional de las drogas. Romanticismo, dinero
y geopolítica.
@cyberstalkerBC
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Imagen tomada de:
http://news.ripley.za.net/2013/01/top-stories/bully-armstrong-admits-doping
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