jueves, 3 de marzo de 2011

¿Deben intervenir los Estados Unidos en Libia?


Investigación- Política Exterior y Defensa Nacional
Alejandro Ramírez Restrepo

¿Deben intervenir los Estados Unidos en Libia?

Los últimos reportes sugieren que son seis mil o más las víctimas fatales sufridas durante los disturbios que están ocurriendo en Libia desde hace ya varias semanas. Como consecuencia de lo anterior, ha aparecido un clamor proveniente desde un importante sector de la opinión pública mundial que solicita, o incluso exige, la intervención directa e inequívoca en el país del norte africano por parte de la comunidad internacional y con ella, de los Estados Unidos.

Dicha participación, arguyen los proponentes de la nueva intervención humanitaria norteamericana, debe ir más allá de las condenas en los foros internacionales. Debe darse paso pronto y decidido a medidas de fuerza. Algunos mencionan la necesidad de establecer zonas de no vuelo, como la que existió sobre Irak (1991 – 2003). Otros van más allá y aspiran a que la comunidad internacional, encabezada por Washington, se involucre con una fuerza de pacificación que saque del poder al dictador Muamar el Gadafi, defienda la población de cualquier tipo de atropellos y ponga la cuota inicial de lo que sería un novedoso ejercicio democrático en el mundo árabe.

La obsesiva fe de la civilización occidental en sus tradiciones e instituciones la está llevando una vez más, hacia una catástrofe anunciada. Aquí esbozaremos varias razones del por qué las invitaciones que se le hacen a los Estados Unidos en particular para intervenir en este país árabe van en contravía de su interés nacional, del sentido común y de las lecciones que se pueden desprender de la experiencia histórica.

A pesar de que los Estados Unidos cuentan con una flota de dimensiones admirables en el Mar Mediterráneo (la Sexta Flota ha sido ubicada en inmediaciones de la costa líbica), supremamente útil a la hora de crear una zona de exclusión área, ésta no es suficiente para lograr la pacificación y estabilidad total en Libia que algunos pretenden. Dicha pacificación se logra fundamentalmente por medio del control territorial y éste se obtiene a través del posicionamiento de ingentes números de tropas (hombres armados). La participación combinada en hombres de las fuerzas militares estadounidenses en Afganistán e Irak (2003 – actualidad) ha estado alrededor de los 200 mil hombres. La mayor parte de estos efectivos tiene funciones de logística, mantenimiento y protección, lo que significa que tan solo una reducida porción, quizás entre una cuarta y tercera parte, se dedican exclusivamente a tareas propias de la actividad militar, entre ellas, el control territorial que resultaría ser la clave, o por lo menos el primer ladrillo en la construcción de un edificio estable y democrático al estilo occidental.

Como es bien sabido por tirios y troyanos, el poder estadounidense ha probado ser limitado hasta la médula en los dos escenarios anteriormente planteados, hasta el punto que los resultados definitivos de sendas intervenciones de Washington se encuentran en estado de incertidumbre. No se sabe a ciencia cierta si se presentará una derrota norteamericana, la instalación de una democracia o cualquier otro escenario de los múltiples que son posibles.

De lo anterior se desprenden dos conclusiones significativas: los Estados Unidos no cuentan con los recursos humanos necesarios para sacar adelante un escenario de pacificación en Libia, por más que cualquier acción en contra del actual régimen cuente con legitimidad mundial y aprobación del derecho internacional. Y segundo, que la sola ubicación geográfica del país mediterráneo con respecto a la de los Estados Unidos, convierte este tipo de intervenciones en aventuras supremamente costosas, más aún en estos días de crisis y recorte fiscal obligatorio.      

Adicionalmente, debe recordarse que el fenómeno de la superextensión de los compromisos norteamericanos que han llevado al coloso del norte en el pasado a graves crisis, no es novedoso. Dos ejemplos son Corea y, especialmente, Vietnam, países ubicados en el hemisferio oriental (que es la masa euroasiática más África), al igual que Libia, distantes del núcleo norteamericano (en el hemisferio occidental).

Como queda ilustrado, la negativa norteamericana a una intervención terrestre masiva y prolongada en Libia, no se debe desprender del no compartir los ideales democráticos de aquellos que lo azuzan para involucrase de lleno en contra del régimen infractor y autócrata de Gadafi. Esa negativa debe desprenderse de un análisis geoestratégico e histórico que le conduzca a identificar de manera diáfana cuáles son sus intereses. Por duro y cruel que parezca, seis mil muertes libias, y las muchas más que vendrán en las próximas semanas y meses, no son suficientes para que Estados Unidos se vista de policía del orden internacional y promotor de la democracia mundial (como en la década anterior).

Los límites del poder norteamericano están actualmente expuestos en Irak y Afganistán. Robert Gates, jefe del Pentágono, parece entenderlo con total claridad al afirmar recientemente acerca de una posible intervención terrestre de EUA en Libia: “Cualquier secretario de defensa que venga en el futuro y aconseje al presidente (de los Estados Unidos) para que envíe un gran ejército terrestre norteamericano hacia Asia, el Medio Oriente o África deberá hacerse examinar la cabeza”.

Simple. Práctico. Concreto. ¿Moralmente justo o acertado? Ese es otro interesante tema de debate.    

Imagen tomada de: http://leyae.wikispaces.com/Ley+de+acceso

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