jueves, 27 de septiembre de 2012

Obama o Romney: ¿cuál es más conveniente para Estados Unidos? (II)

Investigación- Política exterior y defensa nacional
Alejandro Ramírez Restrepo



Obama o Romney: ¿cuál es más conveniente para Estados Unidos? (II)

En una columna en el diario pereirano de La Tarde, titulada Estados Unidos 2012, la Fundación Kíos trataba de señalar uno de los aspectos más significativos atenientes a la figura del presidente de los Estados Unidos, y es que a pesar de ser el cargo oficial más poderoso que ha existido sobre la faz de La Tierra, no deja de ser uno con alcances e influencias reales impresionantemente cortas, debido a la forma como fue diseñado el edificio institucional norteamericano y a que, como cualquier otro mortal o institución, son los eventos, especialmente los internacionales, los que moldean la realidad, y no al contrario, como muchos desean o creen. 

Esta consideración es vital para realizar un análisis frío y objetivo de las consecuencias al interior de los propios Estados Unidos de la elección de su presidente en este ciclo electoral de 2012. Obama o Romney: ¿cuál es más favorable para la nación estadounidense?

Existe un argumento constante entre aquellos que consideran a Romney, el candidato republicano, no como una opción simplemente menos buena que el presidente actual Obama, sino como la personificación del mal, y es que si el exgobernador de Massachusetts llega a la Casa Blanca dará paso a una horda de capitalistas desalmados, el ya famoso uno por ciento, que desmontará el estado de bienestar, palabra casi impronunciable en ese país incluso dentro de círculos demócratas, dejando en el aire a las personas menos favorecidas dentro del sistema actual de las cosas.

Por supuesto que, sin tener a la mano, desafortunadamente, una bola de cristal mágica que permita avizorar claramente el futuro, se puede hacer uso de la historia presidencial norteamericana y de los antecedentes del propio Romney, para vislumbrar que dicha tragedia o serie de eventos no se van a dar, por lo menos no en las alarmantes o exageradas (usted escoge el adjetivo, apreciado lector) dimensiones que los enemigos de Romney anuncian.

Tomemos el caso de Barack Obama. Hace cuatro años algunos analistas, entre los que se encontraba este mismo servidor, consideraban que el entonces senador junior de Illinois, se configuraba, mucha atención, en una seria amenaza para la estabilidad y éxito de la política exterior de Washington, debido a su inexistente récord en esa crítica materia y a sus manifestaciones durante la campaña. Su discurso en exceso internacionalista y transformador anunciaba lo que podríamos denominar un progresismo global, que resultaba irresponsable porque llevaría a que los Estados Unidos abandonaran precipitadamente sus compromisos en la arena internacional.

Es claro, y ya lo era también en esa época, que muchos de esos compromisos eran costosos, algunos reñían o violaban la legalidad, otros más eran a todas luces ilegítimos, pero lo más sustancial es que existían compromisos innecesarios y por lo tanto peligrosos para la seguridad de los Estados Unidos. No obstante esta realidad, resultaba claramente irresponsable que por satisfacer una audiencia sedienta de populismo y facilismo, se anunciasen dichos abandonos, que provocarían consecuencias incluso más peligrosas, quizás no para la paz mental de muchos liberales, pero sí, efectivamente, para la estabilidad nacional y mundial. ¿A qué eventos nos referimos? Podemos escoger muchos, pero sin duda los más destacados, dispendiosos e innecesarios, se encontraban estrechamente relacionados con la Guerra Global Contra el Terror -GGCT- y las intervenciones en Afganistán y especialmente en Irak.

¿Qué sucedió después del 20 de enero de 2009 cuando Obama se posesionó como el cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos? Pues que el nuevo presidente comenzó, más temprano que tarde a sorprender a propios y extraños. Primero mantuvo como secretario de defensa a Robert Gates, lo cual constituía no solo una señal sino una realidad incuestionable, de que por lo menos una buena parte de la política de defensa, por no decir de exteriores también, desarrollada por George W. Bush, iba a continuar. Con el paso de los meses encontramos que el presidente cumplió con la retirada de las tropas de Irak, compromiso fijado por GWB en 2008, escaló con 30 mil hombres más el conflicto en Afganistán y continuó e intensificó notablemente la GGCT, que en su presidencia dejó de ser nominada así. Y eso, el cambio de lenguaje, es lo que encontramos como verdadera transformación de la presidencia de Obama con respecto a la de los últimos tres años de W. Bush.

¿Por qué Obama no cumplió sus compromisos? ¿Nunca tuvo la intención de cumplirlos? ¿Al antes humilde organizador social de Chicago le corrompió el poder y se pasó al bando de “los malos”? ¿Se olvidó? ¿Se confundió? Con gran seguridad podemos responder que la respuesta es la opción secreta: ninguna de las anteriores. Como lo anunciábamos en la introducción, incluso el presidente estadounidense, el hombre con la oficina más poderosa sobre la tierra, está severamente limitado, y muchas veces, no tan pocas como el propio presidente lo quisiera, está cautivo, sin escapatoria, de los acontecimientos.

Esto no es exclusivo de Barack Obama. De hecho, entendiendo que será la historia, en por lo menos dos décadas, la que comenzará a esclarecer un juicio más o menos justo sobre su administración, hasta el día de hoy a este comentarista le ha resultado la política exterior de Obama como una muy avezada y acertada. Precisamente, porque se ha aproximado a reconocer ese carácter limitado de su poder. No solo por las realidades económicas de su época, sino también, y por ello en su política se encuentra más virtud, porque parece comprender que hay fuerzas incontrolables y hasta indescifrables, que dictan buena parte del curso de los acontecimientos.

Pero decíamos que esta contrariedad, la del carácter limitado y cautivo de los presidentes, no es cosa exclusiva del actual mandatario norteamericano. El penúltimo ejemplo es el del propio GWB. Del 20 de enero del 2001 al 11 de septiembre de ese mismo año, desarrolló una política que podría ser descrita como “humilde”, como el mismo la llamaría durante su campaña. Unilateral, desconfiada de aliados como Francia y Alemania, pero sin interés de involucrarse excesivamente en el globo, allende los mares, como lo había hecho ese “intervencionista” de Clinton (Somalia, Haití, los Balcanes en general y Kosovo puntualmente). A partir del fatídico 11S, encontramos una política intervencionista e idealista en extremo (la democracia y libertad, valores occidentales, como ethos de su concepción internacional). La humildad quedó sepultada en las ruinas de la Zona Cero en el sur de Manhattan. Pero esta política no llegó hasta el 20 de enero de 2009 como muchos erróneamente consideran. Acá quizás no hay una fecha exacta, pero es necesario buscarla, y quizás la podemos encontrar en el lapso de tiempo que va desde agosto de 2005, durante la tragedia de Katrina en New Orleans y la salida de Donald Rumsfeld como Jefe del Pentágono, en diciembre del 2006, después de las desastrosas elecciones de mitaca para los republicanos. Durante esos 16 meses, y hasta su salida de la Casa Blanca, Bush se tornó al internacionalismo, a la colaboración, a la autorestricción en temas internacionales. Pero no lo hizo porque un día se levantó arrepentido o porque tuvo una epifanía, sino porque los eventos lo llevaron hacia esas posiciones, tal como los eventos del 11S, junto a otras muchas condiciones que no vienen al caso acá exponer, lo llevaron a tomar las decisiones que hoy conocemos.

Y así, ejemplos como el de Bush, y el de Obama, encontramos por montones y en todos los campos en los cuales los presidentes norteamericanos deben intervenir.

Señalado lo anterior, ¿cómo lo volcamos a nuestro presente?

Mitt Romney, mencionábamos arriba, fue gobernador de Massachusetts, lo cual no es poca cosa para un republicano, porque este estado es uno de los más liberales y progresistas de la Unión Americana. Esto hizo que Romney, mientras fue gobernador allí, tuvo que trabajar en estrecha colaboración con los demócratas, abrumadora mayoría en el senado y la cámara estatales. Y de hecho, y es hacia dónde va la conclusión de esta entrada, ese antecedente se convirtió en un duro karma a soportar por el ahora candidato del partido republicano, precisamente durante la competencia por dicha candidatura.

Hoy la gran pregunta no debe apuntar hacia la Oficina Oval. Debe dirigirse hacia el Congreso. Y esto porque ambos partidos, pero especialmente el republicano, se han convertido en unas instituciones incapaces de hacer lo que ha caracterizado por siempre al pueblo norteamericano, que es acordar compromisos, es decir, ser pragmáticos. Ser pragmático significa anteponer intereses e incluso algunos valores, para poder sacar adelante un acuerdo. Demócratas y republicanos, en la Casa Blanca y en el Congreso, siempre habían entendido esto, pero en los últimos años han tirado al trasto de la basura esta filosofía y se han casado con posiciones dogmáticas. Los inamovibles, especialmente del minoritario pero poderosísimo Tea Party, representado en sujetos como Grover Norquist, a quien me voy a permitir llamar el zar del “no a los impuestos”, o incluso, para gusto de los lectores de avanzada acá en Colombia, el José Obdulio Gaviria del partido republicano en Washington, han permitido que el proceso político de ese país sea una gigantesca, atrofiante e interminable parálisis.

Así las cosas, encontramos que Romney, quien por supuesto tiene notables diferencias con el actual presidente, termina siendo no tan distinto a este, por lo menos desde un punto de vista estratégico. Y de hecho tampoco lo es a Bush, hijo. Debe tenerse en cuenta que el primer salvataje a la banca, no lo hizo Obama, sino Bush y su ultra neoclásico secretario del Tesoro, Henry Paulson. ¿Por qué lo hicieron? Porque la realidad estaba allí, ya no pisando los talones, sino empujando sobre toda la humanidad de los Estados Unidos, y quizás del mundo, un descalabrado e inmenso edifico financiero.

Cerrando: el exsecretario de estado Henry Kissinger ha manifestado en más de una oportunidad que los políticos norteamericanos tienden a decir cualquier cosa cuando se encuentran seduciendo al electorado, pero si logran el objetivo de ser elegidos, se arropan con lo que podría ser descrito como un sentido de responsabilidad y sensatez, y esto le ocurre en mayor medida a los que obtienen el puesto de jefes del Ejecutivo. Así como Obama hace cuatro años “moderó” sus posiciones liberales en lo referente a los temas internacionales, un Romney en la presidencia, “moderaría” en la Casa Blanca su actual agenda conservadora, que más que suya, es la de su partido controlado en buena medida por el muy conservador Tea Party. ¿Quién le conviene más a EUA? Las diferencias entre los dos son imperceptibles (estratégicamente hablando). Puede haber cambios de tono y de discurso que pueden provocar cambios, pero estos siempre serán incrementales. Ni Obama va a europeizar a los Estados Unidos, ni va a imponer el socialismo, como algunos, no pocos, sinceramente lo creen, ni Romney va a acabar con la seguridad social y va a invadir cualquier nación que lo contradiga. Esas son caricaturas, burdas, alejadas a años luz, de las posiciones e iniciativas reales de estos dos, y me permito el juicio de valor, buenos/aceptables candidatos.

Hoy, parte del quid está en el Congreso y en el partido republicano que pareciera se está tornando, peligrosamente, en uno cada vez más blanco, más religioso, más avaricioso: más dogmático, tal como lo presentaban en su libro de 2004, John Micklethwait y Adrian Wooldridge, The Right Nation. ¿Entonces en definitiva son mejores los demócratas? No tan rápido. En el fondo el problema es uno de ausencia crítica de liderazgo, al mismo tiempo audaz y cerebral, en todo Washington y en muchas otras capitales y centros de poder del mundo, como bien lo señalaba el pasado domingo Thomas Friedman en el New York Times.

Y ese es el asunto neurálgico. Obama o Romney. Demócratas o republicanos: ¿qué debe suceder para que surjan nuevamente los liderazgos pragmáticos y pongan a funcionar nuevamente a Washington? Friedman apunta algo interesantísimo: o en esa ciudad se mueven, o ni el mercado ni la madre naturaleza van a soportar una década más de parálisis dogmática. ¿Dónde estará la bola mágica de cristal?

Imagen tomada de: http://www.allvoices.com/contributed-news/12955133-president-obama-had-a-filibusterproof-majority-for-72-days

No hay comentarios:

Publicar un comentario