Columna de opinión
Gnothi Seauton
El deber ser frente a la desabrida realidad
Deplorable y dantesco el espectáculo de alias Timochenko hablando por
televisión nacional con tal soberbia y desfachatez acerca de la justeza de sus
actuaciones. Y más escalofriante es ver las similitudes entre los discursos de
este notable criminal y violador de derechos humanos, con el de personalidades
tales como Iván Cepeda, Piedad Córdoba, Gustavo Petro y Jorge Enrique Robledo.
Anotamos esto porque fue por asentir con manifestaciones de este tipo,
provenientes de personajes como Salvatore Mancuso y Carlos Castaño, que varios
políticos nacionales y regionales fueron condenados por colaborar y/o hacer
parte de la estructura de las Autodefensas Unidas de Colombia, otra de las
muchas organizaciones criminales nefastas que han existido en nuestro país,
pero aún así, en esta nación, eventualmente han terminado siendo merecedoras de
ser puestas a la altura del Estado y la sociedad que éste representa.
En su discurso, alias Timochenko nos anuncia una nueva refundación de
la patria. El término es el mismo que usaron las AUC y sus colaboradores políticos.
No es una extraña casualidad, sino la vacía perorata constante por la que estas
organizaciones se han caracterizado en definitiva. Sea el Pacto de Ralito o el último
discurso del máximo líder de las Farc, ambos prometen ríos de leche y miel, por
supuesto nunca posibles de cumplir, porque detrás de ellos existe
exclusivamente una estrategia para cautivar incautos mientras acumulan mayor
poder. En realidad este comportamiento no se aleja demasiado del de aquellos
que podríamos considerar como políticos honorables. La diferencia preocupante
en este caso, es que Timochenko y las Farc, así como en su momento lo tenían
Castaño y Mancuso y las AUC, cuentan entre sus procedimientos cotidianos de
acumulación de poder, además de los discursos, la violencia sistemática y la
riqueza proveída por el control de uno de los negocios más rentables sobre la
faz de la tierra: el tráfico ilegal de estupefacientes. Es decir, simple y
llanamente son criminales. Infractores del Derecho Internacional Humanitario,
violadores de los derechos humanos, rateros.
En un país ideal, y quizás en uno sencillamente serio, negociaciones,
más allá del sometimiento de este tipo de personajes al imperio de la ley, no
deberían tener lugar y mucho menos serían consentidas por una abrumadora mayoría
de la opinión pública y del liderazgo que la encabeza.
Ese es el deber ser, pero aquí, como en cualquier otro lado del mundo,
en definitiva se impone la realidad. Tristemente, la nuestra es una realidad
desabrida y debemos convivir con ella, incluso, admitirla. ¿Por qué tan lúgubre
escenario? Primero por la existencia de ese magno negocio que ya mencionamos,
que es el narcotráfico. Y en segundo lugar por la debilidad crónica del Estado
colombiano. Sin la menor de las dudas, durante el gobierno de Álvaro Uribe y
presuntamente también durante lo que va corrido del de Juan Manuel Santos, el
Estado colombiano se ha fortalecido. Ha ido ocupando el territorio de manera
imperfecta e incompleta, pero la situación es sustancialmente mejor que la que
se encontraba en el siglo pasado. No obstante, la sima de partida era tan
profunda, que lo que se ha avanzado no alcanza para someter y aniquilar, de una
forma u otra, a una organización tan insignificante como las Farc.
Gnothi Seauton ha afirmado que las Farc son una organización pobre y débil
con respecto a lo que el imaginario colombiano considera. Y es allí donde
reside la desgracia nacional. Tanto la derecha como la izquierda, así como el
centro, creen que las Farc son la amenaza superior para el Estado y la sociedad
colombiana. Las verdaderas amenazas se encuentran en la pobreza de las
instituciones y la infraestructura, la debilidad y rigidez de los mercados y el
estado de penuria en que se encuentran los sectores educativo, tecnológico y
científico. ¿Se necesita de las Farc para tomar los caminos correctos que
corrijan estos problemas?
India, Brasil e incluso Italia, son países que cuentan con graves
amenazas a su seguridad nacional, y no obstante a lo largo de la historia han
asumido con responsabilidad los sacrificios necesarios para mejorar estos
asuntos. Y aunque la violencia molesta y es factor de inestabilidad interna, a
nadie se le ocurriría en estos países negociar el modelo de propiedad, los
sistemas productivo y educativo, o la configuración de las ramas del poder público,
con la insurgencia maoísta, los carteles de droga de las favelas o la mafia.
Las negociaciones que se van a reiniciar a mediados de octubre entre
el gobierno colombiano y las Farc no deberían adelantarse con la agenda
anunciada en un mundo ideal o serio. Pero la realidad colombiana nos lleva a
aceptarlas. Ahora, la pregunta yace en qué estamos dispuestos a aceptar. Gnothi
Seauton considera que el quid del asunto radica en la elegibilidad o no de los
miembros de las Farc que hayan cometido crímenes distintos a los que el
ordenamiento legal colombiano denomina como políticos.
¿Está dispuesto el país a aceptar a que alias Timochenko y compañía
participen en elecciones u ocupen cargos públicos sin haber pagado un solo día
de cárcel?
Y por último. Si las Farc se desmovilizan, pagan penas alternativas,
prometen no repetición, reparan víctimas, dicen la verdad y quedan sin el
derecho de elegibilidad, el narcotráfico continuará y con el la violencia que
este causa. Seguramente mejorará la situación de seguridad en general y en múltiples
regiones del país, pero estaremos al frente de un escenario similar al que se
vive hoy en el norte de México y en las ciudades del Brasil, por dar dos
ejemplos. Todo consecuencia de la debilidad del Estado colombiano.
Imagen tomada de: http://www.elheraldo.co/noticias/nacional/timochenko-promete-perseverar-sin-tregua-en-la-lucha-por-la-paz-80801
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