Investigación- Política exterior y defensa nacional
Alejandro Ramírez Restrepo
Uno de los flancos por donde la oposición uribista
ha atacado con más persistencia al gobierno de Juan Manuel Santos ha sido el de
la política exterior, especialmente en lo referido a las relaciones con
Venezuela. Las tribunas de opinión de distintos medios de comunicación han
servido para denunciar la ingenuidad del presidente y su canciller, así como su
falta de compromiso y verdadero respeto por los más sagrados valores
democráticos. Incluso, en no pocas ocasiones, se ha señalado a la política
exterior colombiana hacia la Venezuela de Hugo Chávez, de antipatriótica.
Vamos por partes.
El gobierno Santos es tachado de ingenuo porque,
supuestamente, considera a Chávez y su gobierno como “su nuevo mejor amigo”.
Para demostrar dicha ingenuidad señalan que importantes líderes de las Farc y
el ELN, junto a varios frentes, se encuentran resguardados en territorio
venezolano y que el “nuevo mejor amigo” ha nombrado en el ministerio de defensa
al general Henry Rangel Silva, sindicado por las autoridades norteamericanas y
británicas de pertenecer el denominado Cartel de los Soles. Como si esto por sí
solo no fuera problemático, información extraída de los computadores de Raúl
Reyes demuestran un papel central de Rangel Silva en las relaciones de Chávez y
las Farc.
Sin duda este escenario es indignante y cierto, y
muestra lo peligroso que para Colombia es el proyecto chavista. Sin embargo,
aceptada esta realidad debe decirse que el curso de acercamiento entre Bogotá y
Caracas por el que ha optado Santos es el más acertado y conveniente para
Colombia. Dicha conveniencia no surge de frases vacías como “somos países hermanos”.
Surge de realidades geográficas e históricas. Los dos países comparten una
extensa y viva frontera. Geográficamente hablando los Llanos colombianos y
venezolanos son una misma entidad física y por lo tanto las relaciones e
intercambios que allí surgen son naturales. No se necesitan tratados ni
acuerdos legales. No se distinguen las barreras artificiales creadas por las
dos repúblicas. Los flujos legales e ilegales, por cierto, mucho más fuertes
los segundos debido, entre otras cosas, a la debilidad de ambos Estados en ese
territorio, existen no por el carácter malintencionado de unos u otros, sino
porque la geografía misma, esa fuerza pocas veces domada por el hombre,
facilita las condiciones para que surjan.
Se puede realizar una amplia lista de hechos
históricos y realidades geográficas que demuestran claramente la importancia
estratégica que Venezuela constituye para Colombia, y viceversa. Pero en este
espacio nos interesa más escudriñar por qué el rumbo tomado por Santos es acertado.
Valdría la pena recordar que, en líneas generales, ese fue el mismo rumbo
adoptado por Uribe en la totalidad de su primer gobierno, y prácticamente hasta
casi la mitad del segundo.
La canciller colombiana María Ángela Holguín hace
bien en señalar en su última entrevista para la revista Semana que la buena diplomacia
se desarrolla con mucho sigilo y reserva. Acá resulta por lo menos curioso ver
como Álvaro Uribe Vélez termina siendo correligionario de Julian Assange, el
jefe fundador de Wikileaks, quien tiene por objeto acabar los secretos en el
mundo de la política y las finanzas. Aunque suene paradójico, el secreto y la
reserva son fundamentales a la hora de entablar relaciones estables, llevaderas
y beneficiosas entre los estados y también las organizaciones.
Desafortunadamente, no contamos con acceso a las
minutas de las reuniones entre los presidentes Chávez y Santos, ni a las de sus
cancilleres ni otros miembros de sus respectivos gabinetes. Pero tenemos plena
seguridad de que la manera más efectiva de controlar las maniobras de un
presidente como el venezolano, es a través de la confrontación reservada y no
bajo la denuncia por medio de altoparlante. Nada peor que la famosa diplomacia
de los micrófonos. Benjamin Franklin decía que era válido denigrar e insultar y
hasta humillar a los adversarios, siempre y cuando esto se hiciera de manera
privada. Hecho esto en público, el adversario no tendría más alternativa que
creer totalmente y tomarse a pecho lo dicho por el otro. No habría vuelta
atrás, o en el mejor de los casos, volvería costoso cualquier acercamiento.
¿Recuerdan los insultos entre Chávez y Uribe después de marzo de 2008, cuando
sucedió el deceso de Raúl Reyes en el Ecuador?
No me cabe la menor de las dudas sobre los abusos cometidos por
parte del gobierno venezolano que encabeza desde 1999 el teniente coronel Hugo
Rafael Chávez Frías. En términos generales, los medios de comunicación han sido
coartados y algunos hasta clausurados. Las garantías civilistas de las cuales
las democracias modernas se precian han sido notoriamente limitadas. Las ramas
del poder, distintas a la ejecutiva, han sido cooptadas y manoseadas a los
antojos del residente de Miraflores. Y algunas elecciones, incluso de nivel
nacional, han sido manipuladas y sus resultados alterados.
Así las cosas, encontramos que las acusaciones de
Uribe hacia Santos por abandonar los valores y principios democráticos cuando
entabla relaciones y acercamientos con el gobierno Chávez, no faltan a la
verdad. Esto es así, pero debe señalarse que este tipo de principios y valores,
los democráticos y humanitarios, no son necesariamente la mejor guía para la
construcción de una política exterior pragmática, exitosa y satisfactoria con
el interés nacional colombiano. El diplomático y pensador estadounidense George
Kennan, padre de la política de la Contención, afirmaba que los Derechos
Humanos y la democracia eran principios equivocados, por no decir necios, a la
hora de construir política exterior. Decía lo anterior durante las discusiones
de elaboración de la política exterior de los Estados Unidos en el período de la
Guerra Fría. Ciertamente Kennan, cuando realizaba estas reflexiones, no se
dirigía hacia la opinión pública, sino hacia un auditorio experto encargado de
crear y ejecutar una política exterior prudente y sensata, es decir imperfecta,
porque reconocía las realidades internacionales y con ellas las limitaciones de
la acción internacional de su país. Colombia, debería seguir un camino
similar.
Si las variables de los DDHH y la democracia no se
hubieran apoderado del debate central de la política exterior de Washington, es
probable que ese país hubiese podido evitar los empantanamientos y/o desastres
sufridos en lugares como Corea y Vietnam, y más recientemente en Afganistán e
Irak. Sin duda esos ideales son loables, pero esas buenas intenciones tienden a
pasar por alto las frías y porfiadas realidades.
Así, la política de Santos hacia Venezuela es la
más acertada. Los argumentos que indican fallas y limitaciones en ese enfoque
son superficiales, en el mejor de los casos. También debe tenerse en cuenta que
tanto la enfermedad del coronel venezolano así como su sometimiento a un
proceso electoral que en algún momento llegó a mostrar como precarias sus
posibilidades de mantenerse en el poder, pueden ser atenuantes de los
resultados positivos del gobierno en Bogotá. Pero ningún análisis serio que
alabe la política de apaciguamiento hacia Venezuela, como es llamada con
desprecio por algunos, podría estimar la política y sus resultados como
perfectos y permanentes. Colombia y Venezuela poseen una relación histórica
centenaria con altas y bajas, quizás más bajas, y siempre marcada por la
complejidad. El camino optado por Santos y su canciller seguramente ha contado
con errores, pero ha sido acertado, teniendo en cuenta las realidades y
limitaciones en medio de las cuales ha venido siendo desarrollada. Y esto, de
ninguna manera se acerca a ir en contra de los intereses de la patria. Puro,
físico y quizás triste realismo.
Imagen tomada de: http://www.urnadecristal.gov.co/blog/index.php?lk=columnista&cod=199
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