martes, 14 de agosto de 2012

La política exterior del gobierno Santos hacia Venezuela

Investigación- Política exterior y defensa nacional
Alejandro Ramírez Restrepo

La política exterior del gobierno Santos hacia Venezuela

Uno de los flancos por donde la oposición uribista ha atacado con más persistencia al gobierno de Juan Manuel Santos ha sido el de la política exterior, especialmente en lo referido a las relaciones con Venezuela. Las tribunas de opinión de distintos medios de comunicación han servido para denunciar la ingenuidad del presidente y su canciller, así como su falta de compromiso y verdadero respeto por los más sagrados valores democráticos. Incluso, en no pocas ocasiones, se ha señalado a la política exterior colombiana hacia la Venezuela de Hugo Chávez, de antipatriótica.

Vamos por partes.

El gobierno Santos es tachado de ingenuo porque, supuestamente, considera a Chávez y su gobierno como “su nuevo mejor amigo”. Para demostrar dicha ingenuidad señalan que importantes líderes de las Farc y el ELN, junto a varios frentes, se encuentran resguardados en territorio venezolano y que el “nuevo mejor amigo” ha nombrado en el ministerio de defensa al general Henry Rangel Silva, sindicado por las autoridades norteamericanas y británicas de pertenecer el denominado Cartel de los Soles. Como si esto por sí solo no fuera problemático, información extraída de los computadores de Raúl Reyes demuestran un papel central de Rangel Silva en las relaciones de Chávez y las Farc.

Sin duda este escenario es indignante y cierto, y muestra lo peligroso que para Colombia es el proyecto chavista. Sin embargo, aceptada esta realidad debe decirse que el curso de acercamiento entre Bogotá y Caracas por el que ha optado Santos es el más acertado y conveniente para Colombia. Dicha conveniencia no surge de frases vacías como “somos países hermanos”. Surge de realidades geográficas e históricas. Los dos países comparten una extensa y viva frontera. Geográficamente hablando los Llanos colombianos y venezolanos son una misma entidad física y por lo tanto las relaciones e intercambios que allí surgen son naturales. No se necesitan tratados ni acuerdos legales. No se distinguen las barreras artificiales creadas por las dos repúblicas. Los flujos legales e ilegales, por cierto, mucho más fuertes los segundos debido, entre otras cosas, a la debilidad de ambos Estados en ese territorio, existen no por el carácter malintencionado de unos u otros, sino porque la geografía misma, esa fuerza pocas veces domada por el hombre, facilita las condiciones para que surjan.       

Se puede realizar una amplia lista de hechos históricos y realidades geográficas que demuestran claramente la importancia estratégica que Venezuela constituye para Colombia, y viceversa. Pero en este espacio nos interesa más escudriñar por qué el rumbo tomado por Santos es acertado. Valdría la pena recordar que, en líneas generales, ese fue el mismo rumbo adoptado por Uribe en la totalidad de su primer gobierno, y prácticamente hasta casi la mitad del segundo.

La canciller colombiana María Ángela Holguín hace bien en señalar en su última entrevista para la revista Semana que la buena diplomacia se desarrolla con mucho sigilo y reserva. Acá resulta por lo menos curioso ver como Álvaro Uribe Vélez termina siendo correligionario de Julian Assange, el jefe fundador de Wikileaks, quien tiene por objeto acabar los secretos en el mundo de la política y las finanzas. Aunque suene paradójico, el secreto y la reserva son fundamentales a la hora de entablar relaciones estables, llevaderas y beneficiosas entre los estados y también las organizaciones.

Desafortunadamente, no contamos con acceso a las minutas de las reuniones entre los presidentes Chávez y Santos, ni a las de sus cancilleres ni otros miembros de sus respectivos gabinetes. Pero tenemos plena seguridad de que la manera más efectiva de controlar las maniobras de un presidente como el venezolano, es a través de la confrontación reservada y no bajo la denuncia por medio de altoparlante. Nada peor que la famosa diplomacia de los micrófonos. Benjamin Franklin decía que era válido denigrar e insultar y hasta humillar a los adversarios, siempre y cuando esto se hiciera de manera privada. Hecho esto en público, el adversario no tendría más alternativa que creer totalmente y tomarse a pecho lo dicho por el otro. No habría vuelta atrás, o en el mejor de los casos, volvería costoso cualquier acercamiento. ¿Recuerdan los insultos entre Chávez y Uribe después de marzo de 2008, cuando sucedió el deceso de Raúl Reyes en el Ecuador?

No me cabe la menor de las dudas sobre los abusos cometidos por parte del gobierno venezolano que encabeza desde 1999 el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. En términos generales, los medios de comunicación han sido coartados y algunos hasta clausurados. Las garantías civilistas de las cuales las democracias modernas se precian han sido notoriamente limitadas. Las ramas del poder, distintas a la ejecutiva, han sido cooptadas y manoseadas a los antojos del residente de Miraflores. Y algunas elecciones, incluso de nivel nacional, han sido manipuladas y sus resultados alterados.

Así las cosas, encontramos que las acusaciones de Uribe hacia Santos por abandonar los valores y principios democráticos cuando entabla relaciones y acercamientos con el gobierno Chávez, no faltan a la verdad. Esto es así, pero debe señalarse que este tipo de principios y valores, los democráticos y humanitarios, no son necesariamente la mejor guía para la construcción de una política exterior pragmática, exitosa y satisfactoria con el interés nacional colombiano. El diplomático y pensador estadounidense George Kennan, padre de la política de la Contención, afirmaba que los Derechos Humanos y la democracia eran principios equivocados, por no decir necios, a la hora de construir política exterior. Decía lo anterior durante las discusiones de elaboración de la política exterior de los Estados Unidos en el período de la Guerra Fría. Ciertamente Kennan, cuando realizaba estas reflexiones, no se dirigía hacia la opinión pública, sino hacia un auditorio experto encargado de crear y ejecutar una política exterior prudente y sensata, es decir imperfecta, porque reconocía las realidades internacionales y con ellas las limitaciones de la acción internacional de su país. Colombia, debería seguir un camino similar.   

Si las variables de los DDHH y la democracia no se hubieran apoderado del debate central de la política exterior de Washington, es probable que ese país hubiese podido evitar los empantanamientos y/o desastres sufridos en lugares como Corea y Vietnam, y más recientemente en Afganistán e Irak. Sin duda esos ideales son loables, pero esas buenas intenciones tienden a pasar por alto las frías y porfiadas realidades.     

Así, la política de Santos hacia Venezuela es la más acertada. Los argumentos que indican fallas y limitaciones en ese enfoque son superficiales, en el mejor de los casos. También debe tenerse en cuenta que tanto la enfermedad del coronel venezolano así como su sometimiento a un proceso electoral que en algún momento llegó a mostrar como precarias sus posibilidades de mantenerse en el poder, pueden ser atenuantes de los resultados positivos del gobierno en Bogotá. Pero ningún análisis serio que alabe la política de apaciguamiento hacia Venezuela, como es llamada con desprecio por algunos, podría estimar la política y sus resultados como perfectos y permanentes. Colombia y Venezuela poseen una relación histórica centenaria con altas y bajas, quizás más bajas, y siempre marcada por la complejidad. El camino optado por Santos y su canciller seguramente ha contado con errores, pero ha sido acertado, teniendo en cuenta las realidades y limitaciones en medio de las cuales ha venido siendo desarrollada. Y esto, de ninguna manera se acerca a ir en contra de los intereses de la patria. Puro, físico y quizás triste realismo.
 
Imagen tomada de: http://www.urnadecristal.gov.co/blog/index.php?lk=columnista&cod=199

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