sábado, 3 de diciembre de 2011

Pobreza analítica


Columna de opinión
Gnothi Seauton

Pobreza analítica

Ayer jueves primero de diciembre, El Tiempo publicó el análisis titulado ¿Cómo sentar a las Farc a negociar? escrito por el señor Pedro Miguel Vargas, subeditor del diario económico Portafolio. El artículo es una muestra fehaciente más, de las muchas y continuas que aparecen en los análisis y opiniones alrededor del Conflicto Armado Interno, CAI, colombiano, de lo que desde aquí hemos considerado una grave y preocupante incomprensión de lo que realmente significan hoy las Farc para Colombia.

Veamos, en el artículo en mención, dónde se evidencia dicha incomprensión:

En primer lugar, aunque esto resulta secundario, el título del artículo no se compadece con lo que termina ofreciendo. Antes que intentar resolver el "cómo sentar a negociar a la organización insurgente", el señor Vargas nos ofrece una recopilación de la teoría de negociación de conflictos que ha expuesto con mucho éxito comercial el profesor de Harvard, Roger Fisher y sus colaboradores en el proyecto de negociación de esa prestigiosa universidad estadounidense. El problema acá es que los tips que nos recuerda Vargas resultan ser claves útiles para el momento de la negociación misma. Así, el título del escrito debería ser algo parecido a "Una vez estén sentadas en la mesa, ¿cómo negociar con las Farc?".

Sus consejos poseen un carácter limitado a lo metodológico. Negociar es un arte y poseer la experiencia y la habilidad para llevar a puerto seguro una negociación, resulta fundamental para el éxito de cualquier empresa. Pero los aspectos estratégicos, es decir de fondo, que condicionan verdaderamente el inicio, desarrollo y desenlace de unas negociaciones, pasan marginalmente por la metodología. Por encima existen unas realidades incuestionables y testarudas que son verdaderamente las que determinan, por ejemplo, si en el caso de las Farc, se sientan o no a negociar.

En segundo término, durante la sección de su artículo titulada Un proceso bien llevado, Vargas señala que es una insensatez, casi una necedad, solicitar como precondición a cualquier negociación con las Farc, que éstas unilateralmente detengan todas su acciones armadas, porque esta acción, cuando ha sido implantada al inicio de las negociaciones, ha terminado siendo contraproducente en otras experiencias. Recomienda entonces que sea al final del "proceso, cuando ya está casi todo acordado para una desmovilización final". Esta observación deja por fuera la franca realidad actual del CAI colombiano. Después del fracaso de El Cagüán, las Farc fueron derrotadas en la arena política. Al interior del país, su ya de por sí mancillada popularidad, nunca llegaría a superar el margen de error en las encuestas de favorabilidad. Y con los continuos golpes militares al grupo insurgente especialmente durante la segunda mitad de la década pasada, entre los que se destacan las bajas de Reyes, Jojoy y Cano, la Operación Jaque y la muerte natural de su máximo líder, Tirofijo, la superioridad militar del Estado frente al grupo guerrillero ha quedado clara.

Militarmente las Farc no han sido derrotadas y debido a factores como el narcotráfico dicho objetivo resulta casi imposible de obtener. Pero que no queden dudas: políticamente su sitio no es otro que el hades. En su afán por justificar la necesidad sine qua non de la negociación, Vargas pierde de vista la realidad y de alguna forma asume que las relaciones actuales de poder entre Estado y Farc son similares o incluso idénticas. Por ello no puede vislumbrar una forma, no perfecta pero aceptable, de llevar a cabo un cese al fuego que se adapte a nuestras condiciones presentes y es la de las zonas de concentración, en donde quienes se van a desmovilizar se reúnen en un lugar específico concertado con el gobierno y éste se encontraría bajo el tutelaje de la Fuerza Pública. Por supuesto, y es el problema inicialmente señalado del documento de Vargas, esto hace parte de la mecánica. La pregunta de fondo, como lo indica el título de su artículo, radica en cómo hacer que se sienten a negociar y esto es lo que no resuelve y ni siquiera trata el autor.

Un paréntesis. Esta pobreza analítica se desprende en buena medida de un vicio recurrente de los analistas colombianos e internacionales y es el apego enfermizo y limitativo a las declaraciones y discursos de los protagonistas del acontecer mundial. En uno de los pasajes de su pieza, Vargas nos recuerda las palabras del presidente Juan Manuel Santos sobre la búsqueda de "una paz digna, duradera y real", para indicarnos de manera contundente que la obtención de ésta "sólo (será posible) si hay una salida a través del diálogo" y dicho diálogo, obviamente, será aquel desarrollado bajo las formas y condiciones que él plantea. Si estos comentaristas abordasen el estudio de la estrategia, la historia y la política, sus reflexiones irían más allá de observaciones a las entelequias de los discursos de los protagonistas que tienen por objetivo, en la mayoría de las veces y totalmente comprensible, congraciarse con la opinión pública.

Finalmente, entrando en el terreno de la especulación, debe señalarse que lo más preocupante y peligroso de este análisis es que propone como premisa que en el Conflicto Armado Interno colombiano no hay "buenos" ni "malos". No se trata de enarbolar posiciones maniqueas, simplistas y radicales, sino reconocer la existencia de una superioridad moral de uno de los bandos y, por decir lo menos, la franca decadencia del otro. Equiparlos no tiene razón de ser.

Esta visión alejada de la realidad, por supuesto no es exclusiva del señor Vargas. Solamente el día miércoles de esta semana, en las páginas editoriales del mismo diario, el exprocurador, exfiscal y exprecandidato presidencial Alfonso Gómez Méndez, publicó en su columna, Hay que parar la barbarie, planteamientos que reflejan las mismas dolencias analíticas que la pieza del subeditor de Portafolio. Es decir, un divorcio entre las apreciaciones realizadas y la realidad tozuda.

Lo que causa desasosiego profundo es que este tipo de planteamientos, como puede observarse, pululan al interior de la actual clase dirigente colombiana. Gómez Méndez ha ocupado las dignidades de control más importantes del país y Vargas influye en el contenido y dirección de una de las publicaciones económicas líderes en el mismo.

¿Cómo sentar a las Farc a negociar? El camino es el de la última década. Permanente presión militar permitiendo posibles espacios de negociación pero entendiendo que estos, de existir, lo harían bajo las premisas del Estado y la sociedad colombiana. Asimismo resulta neurálgico asimilar que la desaparición de las Farc no resuelve los gigantescos retos que tiene pendiente Colombia para construir y consolidar un país moderno. Las Farc hoy por hoy no representan ningún desafío estratégico a la nación colombiana.

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