sábado, 23 de octubre de 2010

La corrupción hizo metástasis

Columna de opinión
Meden Agan

La corrupción hizo metástasis

Para responder al inteligente y agudo ejercicio mayéutico planteado por “La corrupción: ¿verdadero cáncer?”, entrada anterior en este blog, que sugiero leer más abajo y antes de adentrarse en este texto, me permito hacer unos aportes a la reflexión políticamente incorrecta enunciada allí.

En primer lugar, estoy convencido que ciertas actitudes fuertemente arraigadas entre los colombianos, heredadas de un proceso de construcción nacional deficiente, y valoradas de manera equivocada como positivas, como por ejemplo la llamada malicia indígena y la viveza, rasgos distintivos de la colombianidad, reproducen comportamientos que agravan y potencian, en primera instancia y como mínimo, el conflicto armado que vive nuestro país desde hace más de medio siglo.

El principal problema de los colombianos y uno de nuestros rasgos culturales predominantes, aunque no exclusivos o distintivos, es que justificamos la transgresión de normas mayoritariamente aceptadas para garantizar la convivencia. Justificamos a quien se salta la cola del cine. Justificamos – y así premiamos- al que se salta la entrada en Transmilenio, al que no paga impuestos o al que se pasa un semáforo en rojo. Somos un país en el que el vivo vive del bobo, un país de gente echada pa´lante y recursiva, aunque esas actitudes deriven en el incumplimiento de normas.
Y eso no es todo: absolutamente todos los transgresores de normas (la del "pague lo que compre", la de "cancele oportunamente sus impuestos", la de "no se robe el dinero de los contribuyentes" o la de "no mate"), autojustifican sus actos para mantener de alguna manera, eso sí generalmente creativa, su tranquilidad mental. Castaño justificó siempre las matanzas de los paramilitares diciendo que si el Estado no podía defender a los colombianos, los colombianos teníamos que defendernos de la guerrilla. "Tirofijo" y compañía, justificaron siempre su accionar como consecuencia de la incapacidad estatal de incluir económica y políticamente a millones de compatriotas. Y creo que quien transgrede cualquier norma mayoritariamente compartida y justifica dicha transgresión, es más propenso a transgredir más adelante otra.

Las normas de convivencia mayoritariamente aceptadas deben cumplirse a rajatabla. Y son de este tipo aquellas reglas incluidas en la Constitución y en sus desarrollos jurídicos, aquellas tipificadas en los códigos, y todas aquellas normas de convivencia no escritas, cuya validez la dan la costumbre y el sentido común. Y el tema de que sean mayoritariamente aceptadas es importante, pues no debemos respetar sólo las normas que personalmente creemos válidas. Debemos respetar todas las que la mayoría de la gente cree sensatas, todas aquellas que son resultado del debate legislativo entre quienes hemos elegido, para mal o para bien, con el objetivo de representar nuestros intereses. El lío es que hay que elegir bien, pero eso ya es otro tema que merece un debate profundo que seguramente la Fundación Kíos promoverá en su momento.

Creo que en la medida en que recuperemos el sentido de respeto por la norma –y no sólo por la ley-, dejemos de justificar cada vez que incumplamos alguna, o si es posible en la medida en que no lo hagamos, sin importar lo inofensivas que puedan parecer los efectos de dicha transgresión, este país sería mejor y le enseñaríamos a las generaciones futuras que el respeto incondicional por esas normas es lo que verdaderamente construye paz, que no son únicamente marchas o palomitas blancas. La paz necesita de actitudes cotidianas de respeto por las normas mayoritariamente aceptadas.

En segundo lugar, en este país de creativos, echados pa´lante, recursivos y buenos negociantes, mediatizamos –o vickidavilizamos como dije en entradas anteriores- también la corrupción. El morbo vende, y en un par de políticos del mismo partido político acusándose mutuamente de corruptos, hay mucho de eso. Pero no debemos dejarnos arrastrar estoicamente por el debate planteado de esa manera superficial por los medios de comunicación. Si lo hacemos, evitamos deliberadamente la discusión sobre las causas estructurales de las conductas corruptas y la búsqueda de posibles soluciones realmente efectivas.

Por otra parte, China, Francia, Alemania y Nueva York serían aún más prósperas y menos desiguales sin corrupción. Colombia también lo sería, permítanme la comparación, que en este caso no creo odiosa. Esta conducta, cuando está enquistada en el imaginario colectivo o peor aún, cuando se constituye en un referente identitario soterrado de un colectivo social, tiene otro efecto altamente perverso: no permite la distribución equitativa de los beneficios obtenidos por el desarrollo económico, sean estos pocos o muchos.

Pero también la corrupción estimula el conflicto social y promueve la política superflua, la que se desvanece en debates mediáticos sobre responsabilidades y compromisos que implican el desembolso de dineros públicos. La proximidad de las elecciones aviva un debate que debería ser permanente, y las “Cosas Políticas”, como mencioné antes, lo utilizan para aumentar el rating, evitando espacios de reflexión seria.

Y por último, “un pésimo diseño institucional en lo que refiere a las leyes y normas de contratación estatal” claramente promueve la corrupción. Luchar contra ella, implica también tener respuestas institucionales para combatirla, pero sin que estas se conviertan en normas reproductoras de más corrupción.

El debate sigue abierto y todos deberíamos opinar y actuar. Recuerden que pueden enviar sus comentarios directamente al blog, o sus aportes para ser publicados a
kiosdecolombia@hotmail.com.

Imagen tomada de: http://www.geodelphos.com/2010/01/16/drama-en-haiti-refleja-una-triste-realidad-de-toda-latinoamerica/

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