viernes, 8 de octubre de 2010

El fin de la era Lula


Columna de opinión
Gnothi Seauton


El fin de la era Lula
¿Comienzo de una nueva era latinoamericana?

Las elecciones presidenciales brasileras llevadas a cabo el pasado domingo 3 de octubre y que tendrán su epílogo con la segunda vuelta el próximo 31, cuando se enfrenten los dos candidatos punteros, Dilma Rousseff y José Serra, marca el fin oficial de una importantísima era en la historia del Brasil. Pero tal vez, y más importante, podrán significar el comienzo de una nueva, para toda Latinoamérica.

José Inacio Lula da Silva tiene serias probabilidades de pasar a la historia como uno de los líderes transformadores más importantes en el contexto latinoamericano, por no decir mundial. Y acá no hago referencia a su casi estrambótica popularidad, que se mueve en niveles superiores al 70 o 75%, ni a su amplio programa de subsidios condicionados, denominado Bolsa Familia.

La talla de estadista de Lula está dada por la novedosa, para nuestra región, aproximación al manejo de las relaciones internacionales de su país. Aunque el trabajador metalúrgico del noreste brasilero fue un líder obrero con un pensamiento radical hacia la lucha por los derechos civiles y el restablecimiento de la democracia en su país, como mandatario nos hemos encontrado con un Lula pragmático a morir.

Ese pragmatismo ha sido fuente de durísimas críticas, no sólo de parte de algunos de sus antiguos camaradas y compañeros de luchas civiles, sino del mismísimo establecimiento académico, económico y político internacional. Tenemos el caso puntual del ex canciller mexicano, Jorge Castañeda, quien ha sido punzante al criticar los tratos impulsados por la administración Lula con países como Irán, Cuba, Venezuela y Turquía, en distintas materias (que incluyen incluso el enriquecimiento de materiales sensibles para la producción de energía atómica), que ve dichas relaciones como una solidaridad inmoral de Tercer Mundo y un claro alejamiento de los principios democráticos y libertarios e, incluso, hasta violatorios de las leyes y acuerdos internacionales existentes.

Lo que personalidades como el señor Castañeda ignoran, o evitan mencionar, es que la política de Lula busca, antes que cumplir máximas universales liberales y democráticas, satisfacer los intereses nacionales del Brasil, que resulta ser la república para la cual él fue elegido presidente.

Quizás alguien podría afirmar que la anterior afirmación es una perogrullada de dimensiones hercúleas. Tal vez eso sea cierto, pero la verdad sea dicha, una de las razones que explican el retraso económico y social de nuestra región y su irrelevancia geopolítica, consiste en que sus dirigentes han adoptado, casi sin chistar, los roles y reglas de juego asignados por las grandes potencias.

Lo anterior no debe llevar al lector a pensar que éste articulista es partidario de teorías como la de la dependencia que reza, de manera vehemente e histriónica, que los imperios extranjeros y sus multinacionales se han robado nuestros preciosos recursos naturales y dejado nada más que miseria y desolación en estas tierras.

Lo que debe comprenderse es que Lula, sin haber dejado a un lado el discurso de defensa y lucha por los Derechos Humanos y la democracia, e ideas como la unidad latinoamericana, ha fortalecido el aparato militar brasilero por medio de la adquisición y repotenciación de equipos, la firma de convenios con Francia para adquirir y desarrollar tecnología nuclear militar en submarinos y portaviones, y el envío de misiones militares alrededor del globo bajo el tutelaje de las Naciones Unidas.

Adicional a lo anterior, Lula nunca adoptó durante su mandato políticas económicas heterodoxas. Siempre estuvo atento por no atemorizar a la inversión extranjera y al empresariado brasilero, e impulsó una profunda revolución productiva agraria centrada en el cerrado, así como en el impulso y la protección a las actividades mineras, industriales, e incluso, a aquellas fundamentadas en la investigación y el desarrollo.

Todos estos aspectos, militares y económicos, fueron construidos buscando satisfacer en la mayor medida posible los intereses brasileros, que no son otros distintos, en definitiva, a convertir a esta gran nación en una potencia, no sólo regional, sino global. Y para ello es necesario, no en las más de las veces, sino en todas, reducir los niveles de irreprochabilidad frente a temas universales y algo intangibles, como lo son los derechos universales del hombre y la democracia alrededor del planeta.

Juan Domingo Perón en las décadas de 1940 y 1950, cuando ocupó por primera vez la primera magistratura argentina, se encargó de desperdiciar la gran oportunidad con que contaba su país para convertirse en una nación industrializada y del Primer Mundo, con las políticas de su movimiento político, el Justicialismo. Este fue el primero de muchos “ismos” que vendrían a plagar el espectro político latinoamericano con una pléyade de promesas populistas e irreales que dejaron resultados desastrosos para las economías y sociedades latinoamericanas.

Hoy América Latina está de moda. Presenta un crecimiento económico dinámico, una clase media creciente y unas instituciones políticas aceptablemente preparadas para atender las demandas de sus sociedades. Lula da Silva ha dado la pauta. El discurso puede ser universalista, pero las políticas de Estado deben tener como meta la defensa y consecución del interés nacional. Ojalá que la dirigencia latinoamericana de principios del siglo XXI imite a Lula, de manera esmerada y continua, tal como numerosos líderes de la región hicieron tristemente lo propio con el nefasto Perón de mediados del siglo XX.

Imagen tomada de: http://www.todanoticia.com/6496/lula-da-silva-no-planea/

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