martes, 10 de julio de 2012

El 'bolillo' de la Azcárate


Columna La Tarde
Fundación Kíos

El ‘bolillo’ de la Azcárate

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura –FAO-, en Colombia hay más de cuatro millones de personas subnutridas. 

Eso quiere decir que uno de cada nueve colombianos no puede cubrir las necesidades energéticas mínimas requeridas para que su cuerpo funcione. Y en el mundo, la prevalencia de este fenómeno es del 13%. 

A pesar de que el primer objetivo del milenio es erradicar la pobreza extrema y el hambre, la FAO estimó que en 2010, 925 millones de personas en el mundo sufrían de hambre crónica. Eso equivale a 21 países como Colombia, lo que es igual a toda la población de América. Algo así como si Alejandra Azcárate organiza unas vacaciones en las que visita, no París, sino este continente, desde la Patagonia hasta Alaska y en todo el trayecto solo ve hombres, mujeres, niños y ancianos a punto de morir por no tener, físicamente, qué comer. 

El hambre no es un problema menor. Y no solo por lo cuantitativo, sino por lo cualitativo: quienes sufren de hambre se desarrollan mentalmente más despacio -en este caso no me refiero a la Azcárate- y tienen sistemas inmunológicos más débiles y vulnerables. Las madres que pasan hambre tienen bebés débiles y un mayor riesgo de muerte en el parto.

Pero sobretodo, el hambre no es un problema estético. Es un problema de salud pública que amenaza la estabilidad de casi cuarenta países en el mundo. Adicionalmente, es imposible alcanzar el desarrollo sostenible mientras persistan el hambre y la malnutrición. La alimentación es un derecho de la humanidad, y, tal como establece el documento presentado por la FAO en la reciente Cumbre de Río +20, es un deber de los Estados “incorporar en los sistemas alimentarios incentivos al consumo y producción sostenibles; promover mercados agrícolas y alimentarios justos que funcionen adecuadamente; reducir el riesgo y aumentar la capacidad de resistencia [al hambre] de los más vulnerables; e invertir recursos públicos en bienes públicos esenciales, incluidas la innovación y la infraestructura [para garantizar una adecuada producción y distribución alimentaria]”.

No entender el problema en estas magnitudes, sino como un tema que tenga que ver única y exclusivamente con verse bien o mal, con todas las subjetividades que ello implica, es seriamente irresponsable.  Ser anoréxico o bulímico en un mundo con estas características es, por decir lo menos, una muestra aberrante de la grosera ironía que evidencia la manera como los países y las civilizaciones evolucionan durante el siglo XXI. 

Si bien la obesidad es también un problema creciente, y tal como comprueba la Encuesta Nacional de Situación Nutricional en Colombia de 2010, el 5% de los colombianos sufren de ella, existe una diferencia moral fundamental entre el hambre y la obesidad: el hambriento lo es, mayoritariamente, por falta de oportunidades, porque no tiene otra opción.

Problemas estructurales como este no pueden ser farandulizados. En este país, la semana pasada, se hizo evidente que devaluamos la cordura, banalizamos la gordura y sobrevaloramos la delgadez. Mal, mal y mal.

Columna publicada en La Tarde, el 10 de julio de 2012 en: http://www.latarde.com/opinion/columnistas/63250-el-bolillo-de-la-azcarate.html

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