martes, 17 de enero de 2012

Para no renunciar

Columna La Tarde
Fundación Kíos

Para no renunciar

Rosendo Romero nació en la villa de Santo Tomás de Villanueva, Guajira, en 1953. Sexto de nueve hermanos, sus primeros años transcurrieron en medio de las limitaciones características de un pueblo ubicado en el piedemonte de la Serranía del Perijá de mediados del siglo pasado: servicios públicos deficientes, poco acceso a facilidades educativas y mucho, pero mucho calor.

A los 19 años compuso su primera canción, y tres años después hizo famosa su ‘Noche sin luceros’, entre cuyos versos destaco los siguientes, sobresalientes por su coherencia narrativa, su originalidad y su pureza gramatical:

“Si me enamoro me verán entristecido
porque mi suerte tiene alma de papel.
Me ponen triste tantos sueños ya perdidos,
amores buenos que murieron al nacer.
¿Cuántas promesas se orillan en el camino?,
se fueron lisonjeras y hoy las quiero como ayer”.  

Andrea Díaz, quien podría fácilmente ser una de los casi tres mil estudiantes que nos han sufrido como docentes universitarios durante los últimos doce años, nació en 1990 en Pereira. A pesar de no haber crecido en una familia de clase alta, puede pagarse la matrícula de una universidad privada de su ciudad natal, un privilegio que tiene solo una minoría de jóvenes colombianos de su edad. Si bien pudo haber sido admitida en una institución educativa bogotana prefirió quedarse en Risaralda por la comodidad que representaba la cercanía con sus padres y su único hermano. Se desplaza en bus, tiene agua, luz y energía, Internet, teléfono celular de última generación y televisión satelital. Actualiza permanentemente su estado en Facebook, y como Romero, cuando escribió su poema vallenato, está enamorada. Come tres veces al día y de vez en cuando va a cine con su novio.

Estas dos historias de vida son sustancialmente diferentes: Díaz no tiene ni idea que quiere decir “lisonjeras”, a pesar de que lleva la mayor parte de su vida sentada en un salón de clase. Romero, no solo sabe su significado, sino que supo usarlo con precisión métrica y rítmica en un poema que escribió mientras agonizaba del calor y espantaba moscas de sus pies descalzos y callosos en una pequeña hoja amarillenta de papel cuadriculado. Andrea seguramente solo podrá ver su foto en Internet en las páginas de las redes sociales, mientras Rosendo, que hasta hace muy poco descubrió la Red y nunca ha necesitado de ella para seguir escribiendo, cuenta con más de 5 millones de páginas que lo mencionan y rescatan como un gran juglar vallenato.

Algo está haciendo mal el sistema educativo colombiano -profesores, alumnos, directivos y padres, para no caer en el debate estéril de transferencia de responsabilidades generado por la reciente renuncia pública de Camilo Jiménez a sus cátedras en la Javeriana- si el sexto de nueve hermanos de una familia humilde a quien el sistema no le dio muchas opciones de progresar y sobresalir, escribe lo que escribe, y en el extremo contrario, una niña consentida por ese mismo sistema, no entiende lo que él canta y demuestra –evaluación tras evaluación- ser incapaz de escribir algo medianamente parecido, y además con buena ortografía.

O las disqueras de los años setenta tenían dentro de su nómina correctores de estilo que pulían gramaticalmente las composiciones musicales, o los miles de jóvenes como Andrea Díaz que pasan hoy por las aulas de clase arrastrados por una inercia aterradora, no le ponen corazón a lo que hacen y quieren hacer. O simplemente no lo saben.

Letargo, sopor, modorra. Tres palabras que describen al sector educativo hoy, tres palabras cuyo significado se encuentra en unos libros extraños que se llaman diccionarios, que a su vez reposan en unos edificios, casi en ruinas por desuso, que en mi época llamábamos bibliotecas.

Tres palabras para una misma actitud. Actitud cuya erradicación de las aulas debería ser el principal objetivo de los docentes que aún amamos lo que hacemos y entendemos, más allá de las palabras, que allí es donde verdaderamente se construye futuro, para bien o para mal.

Publicado en La Tarde el 17 de enero de 2012, en: http://www.latarde.com/opinion/columnistas/54144-para-no-renunciar.html

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