martes, 30 de noviembre de 2010

La paz: una obsesión malsana

Columna La Tarde
Fundación Kíos

La paz: una obsesión malsana

La semana pasada escuchamos en nuestro país a Andrés Oppenheimer, presentando a través de los medios su último libro ¡Basta de historias!, y al presidente de Chile, Sebastián Piñera, en visita de Estado.

Ambos entregaron a los colombianos mensajes estratégicos para el país, relacionados con la eficiencia, productividad y competitividad empresarial, y especialmente con la importancia medular de la educación enfocada hacia el conocimiento y la información, la ciencia y la tecnología, la investigación y el desarrollo, la capacitación, la innovación y el emprendimiento.

Los dos coincidieron en advertir que Colombia, al superar la fase crítica de su problema de seguridad y violencia, debe disponerse a aprovechar las oportunidades que ofrece el mundo del siglo XXI, apropiándose de las reformas mentales e institucionales en los campos arriba mencionados, necesarias para consolidarse como potencia y líder regional y global. Nuestro futuro lo debemos enfrentar, afirmaron, abrazando la competencia internacional y entendiendo la educación como pieza esencial para superar los desafíos. 

El mensaje es refrescante, sobre todo en medio de los escándalos públicos y privados a los que estamos acostumbrados. 

Sin embargo, una gran cantidad de ciudadanos, asistidos en todo su derecho, continúan buscando fijar la obtención de la paz como tema neurálgico de la agenda nacional por encima de cualquier otra iniciativa, entre otras cosas porque, suponen, absolutamente todo está relacionado con ella. Lanzarse sobre los cambios necesarios para aprovechar las oportunidades ofrecidas por el futuro, aparentemente no es viable hasta que no se consiga esa paz.

La competitividad, la educación, la ciencia y tecnología, la investigación y desarrollo, la infraestructura, la salubridad y la seguridad social, todos son temas que supuestamente no pueden ser potenciados hasta que la paz aparezca, se solucione o se negocie. De esta manera convertimos la paz en una obsesión malsana de la sociedad colombiana.

De ninguna manera pretendemos desconocer la existencia de serios problemas de seguridad, rural y urbana, pero sí creemos indispensable polemizar sobre cuál debe ser la estrategia de construcción de futuro del país. Asumir la paz colombiana de esa manera obsesiva puede demostrar un grave desconocimiento de los procesos históricos y las realidades del resto del mundo. Podemos, en últimas, estar condenándonos a un denodado parroquialismo que solo superaremos cuando dejemos de mirarnos siempre el ombligo.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Humanismo cívico: la esperanza de un despertar ciudadano

Desde las aulas
Eliana Rincón Ortega
Escuela de Política y Relaciones Internacionales
Universidad Sergio Arboleda
Bogotá

Humanismo cívico: la esperanza de un despertar ciudadano

En el mundo actual se presenta una gran insatisfacción social, generada por las formas de interacción entre los individuos dentro del sistema capitalista, principalmente porque los seres humanos hemos perdido la capacidad de concebir al otro como un amigo y nos hemos enfocado en desarrollar un individualismo nocivo y altamente competitivo.

Esta falta de cercanía con el otro no es más que una ausencia de valores, que dentro de los principios de un Estado liberal y capitalista, transforma al ser humano en un ente que se dedica a construir un mundo interior tan impenetrable y superficial que solo el consumo podría satisfacer esa falencia de humanidad, impidiendo el desarrollo de una visión propia, llena de virtudes y con capacidades reales para entregarle al mundo, formando individuos apáticos frente a la construcción de lo público.

Como reacción a lo anterior surgió la propuesta del Humanismo Cívico, entendido como “la actitud que fomenta la responsabilidad y la participación de las personas y comunidades ciudadanas en la orientación y desarrollo de la vida política. El temple que equivale a potenciar las virtudes sociales como referente radical de todo intercambio cualitativo de la dinámica pública”[1].

El protagonismo de la persona, entonces, es el elemento principal de este planteamiento, ya que esta debe asumir su responsabilidad con la comunidad, debe entender que su deber como ciudadano va más allá de la acción de elegir y ser elegido. El individuo moderno debe también cultivarse en virtudes, prepararse para poder participar en una comunidad con ideas que alimenten su entorno. En ese sentido, el ciudadano debe conocer el desarrollo de la vida pública, de cómo se toman las decisiones, no solo ser espectador sino convertirse en partícipe de las decisiones políticas, consciente de las consecuencias que estas le traen a su entorno y a su comunidad.

Hoy necesitamos a un ciudadano capacitado para entender el mundo multidimensionalmente: como individuo y como un agente social que no busque únicamente la utilidad que le pueda generar una empresa. No se necesita un individuo que se dedique a buscar una fortuna por encima de sus valores y su familia, no se necesita a un individuo que haga su trabajo de forma mecánica y crea que se ganó el mundo porque cumplió solo con lo que un contrato le pedía que hiciera. Por el contrario, se necesita de un ser humano, capaz de incidir en las decisiones públicas, capaz de cultivarse a sí mismo, para cultivar el mundo, un ser humano capaz de sobreponer el interés común sobre sus intereses particulares.  

Sin embargo, más allá de crear un idea romántica del deber ser social y de los valores éticos y civiles, este planteamiento se ubica en la realidad de que el ser humano es el único elemento real de la democracia. Este debe reconocer que su responsabilidad política supera el ejercicio del sufragio, y que no comienza simplemente con el interés de la participación vacía dentro de las reuniones sociales, sino que la participación debe comenzar con una construcción interna a través de las virtudes, reconociendo al otro como parte de sí mismo.  

Imagen tomada de: resurgimientobuenosaires.blogspot.com

[1] IRIZAR, Liliana Beatriz. Humanismo Cívico: Una invitación a repensar la democracia.  Obra auspiciada por la Fundación Konrad Adenauer.  Bogotá, Colombia.  2009. Pp. 32.   


martes, 23 de noviembre de 2010

La gestión del conocimiento para el buen gobierno

Columna La Tarde
Fundación Kíos

La gestión del conocimiento para el buen gobierno

La administración pública en una sociedad tan dinámica como la nuestra no solo requiere del logro de resultados, sino también del progresivo mejoramiento y optimización de la gestión. En efecto, el incremento de las demandas ciudadanas y la irrupción de nuevos problemas en materias vitales para el bienestar de las comunidades como el medio ambiente, la equidad de género, la descentralización, el desarrollo local, el respeto y reconocimiento de grupos minoritarios, son elementos que presentan nuevos retos a los gerentes, exigiéndoles altas dosis de creatividad, en un  mundo con recursos limitados.

Por tanto, resulta importante fortalecer la generación de alianzas estratégicas entre los sectores público, privado, la cooperación internacional y la sociedad civil organizada, en el marco de principios de solidaridad y corresponsabilidad, ya que el Estado no puede ser el único actor responsable en la promoción del desarrollo, ni mucho menos en el logro de mejores condiciones de calidad de vida, y que es necesario reconocer que la prosperidad o el desarrollo económico de un pueblo dependen del aporte de todos sus integrantes.

Precisamente, en el marco de tales alianzas, surge la posibilidad de explotar al máximo el potencial de las organizaciones públicas y privadas, que cuentan con un acervo de conocimientos individuales y colectivos que podrían ser recopilados e intercambiados entre sí, para aprender mutuamente y generar conocimiento respecto de los entornos en donde se desenvuelven. De lo que se trata es de promover la socialización y difusión del saber hacer de las organizaciones, de tal forma que éstas puedan incorporar conocimientos y aprendizajes obtenidos para tomar mejores decisiones y responder, de manera más eficiente, a las transformaciones que se producen en el medio en el que operan.

En el sector privado, la replicación de las mejores prácticas o de los procesos de los más exitosos suele ser un patrón de referencia para la gestión de las organizaciones. En el sector público, aún quedan por romper muchos paradigmas ligados con la primacía de lo procedimental, los cuales pueden impedir el logro de resultados. Por tal motivo, la nueva gerencia pública exige conocer quiénes han sido los mejores en su campo, por qué lo han sido y qué factores diferenciadores se presentan en las experiencias exitosas de gobierno y administración. Un reto, sin duda alguna, de primordial importancia para la materialización de los principios del  buen gobierno, no solo como imperativo del Estado sino también como instrumento para el logro de sus fines y presupuestos.


Publicado en La Tarde de Pereira el 23 de noviembre de 2010: http://www.latarde.com/opinion/columnistas/34076-la-gestion-del-conocimiento-para-el-buen-gobierno.html

lunes, 22 de noviembre de 2010

Los tres modelos explicativos de la RSE

Investigación- RSE
Santiago Gómez Mejía


Los tres modelos explicativos de la RSE

La primera elaboración teórica mayoritariamente aceptada por la comunidad académica y el ámbito empresarial fue la planteada por Archie B. Carroll en 1979, cuando en su Three-dimensional conceptual model of Corporate Performance argumentó que la RSE se soporta en una pirámide estructurada por cuatro responsabilidades agregadas: “las económicas y las legales, que son exigidas socialmente, las éticas que son esperadas socialmente y las filantrópicas [o discrecionales] que son [abiertamente] deseadas por la sociedad” (Jamali, 2008, p.215).

Según Carroll, mediante las responsabilidades económicas las empresas ofrecen los bienes y servicios que son objetos de su modelo productivo y que requiere la sociedad para la satisfacción de sus necesidades. Esta dimensión se refiere a las expectativas de que las empresas sean rentables y obtengan utilidades. Mediante las responsabilidades legales, las empresas acogen y cumplen las normas básicas que el entorno establece para su operación. Esta dimensión hace referencia a aquellas expectativas sociales de que las empresas alcancen esos objetivos económicos sujetándose a las leyes existentes. A través de las responsabilidades éticas, se verifican “estándares de conducta y expectativas que reflejan un interés por lo que los consumidores, empleados, propietarios y la comunidad considera justo” (Araque y Montero, 2006, p.87) en áreas en las que aún no existe reglamentación vinculante. La dimensión ética está referida a las expectativas de la sociedad de que el comportamiento y las prácticas empresariales satisfagan ciertas normas éticas. Y por último, las filantrópicas, de carácter puramente voluntarias y relativas a las expectativas de la sociedad de que las empresas se impliquen en roles que satisfagan normas sociales (Jamali, 2007, p.246-247).

Las dos primeras remiten al desempeño eficiente de la función económica de la empresa. Las dos últimas implican la responsabilidad de ejercer dicha función acogiendo valores sociales preestablecidos sin desmejorar las condiciones del entorno que impacta la empresa.

Desde este modelo explicativo inicial, que se consolidó como la interpretación paradigmática durante toda la década de los ochenta, se pueden rastrear dos implicaciones fundamentales para entender el concepto de RSE en la actualidad: la primera de ellas, que la RSE es multidimensional, y la segunda, que ésta no sólo tiene implicaciones o motivaciones económicas, como manifestaba Friedman nueve años atrás, sino que a través de ella las metas corporativas económicas y sociales son compatibles.

Sin embargo, actualmente, uno de los modelos explicativos mayoritariamente aceptado para interpretar el fenómeno de la RSE es la teoría de los stakeholders (Freeman, 1984) que en definitiva se consolidó como una nueva teoría de gestión organizacional y ética empresarial que incorporó los valores y la moral a la empresa, ampliando las concepciones teóricas de la RSE acuñadas previamente, mientras facilitó su medición identificando claramente los diferentes actores que se vinculan a sus procesos.

Los stakeholders son todos los agentes del entorno, grupales o individuales, que pueden afectar o pueden verse afectados por “la actuación organizacional en términos de sus productos, políticas y procesos de trabajo” (Aragón, 1998, p.31).

Esta postura, significativamente diferente, claramente más amplia y detallada, y definitivamente menos abstracta que la de Carroll, expande el objeto de estudio de la RSE porque al asegurar que la empresa debe responsabilizarse por los efectos que su operación genere en un entorno tan complejo como el definido por Freeman, multiplica las variables que deben examinarse para describirla.

En definitiva, la teoría de los stakeholders pone de manifiesto, como nunca antes, que la empresa tiene que cumplir ciertas obligaciones hacia aquellos muy diversos agentes que se ven afectados por su operación, enfocándose en la responsabilidad ética que soporta la relación contemporánea entre ésta y la sociedad.

Y es sólo gracias a estos avances teóricos que es posible, a partir de la segunda mitad de los años ochenta, redefinir la RSE como “la práctica de incorporar los intereses de los accionistas y los stakeholders en el proceso de toma de decisiones empresarial para incrementar el beneficio de la empresa y el bienestar social” (Detomasi, 2008, p.807), o como “la institucionalización…de procesos que faciliten la reflexión axiológica y la elección estratégica, a partir de las consecuencias probables de tal acción sobre derechos morales e intereses de todos aquellos stakeholders identificados en una situación determinada, de manera que se logre una estructura…que permita a la empresa la toma de decisiones colectivas, informada por determinados criterios morales” (Araque y Montero, 2006, p.172).

Pero sólo hasta 1991, cuando Wood publicó su Corporate Social Performance Revisited se aportaron al concepto de RSE variables que generaron valor agregado a la definición previa de Carroll y a los desarrollos de Freeman, especialmente en el campo de las motivaciones que una empresa tiene para actuar responsablemente, los procesos mediante los cuales lo logra y los  resultados que dicha acción genera.

Para Wood, los principios que generan la RSE pueden ser institucionales, organizacionales o individuales, lo que implica que “la motivación para que una firma ejecute acciones de responsabilidad social pueden originarse de un principio de legitimidad [institucional]…de un sentido organizacional de responsabilidad pública [emanado desde la empresa]…[o] de las elecciones individuales de los directivos, de su responsabilidad y [su] compromiso personal” (Jamali, 2008, p.216).

Así mismo, otro de los aportes sustanciales de Wood a la teoría de la RSE, es la definición que hace de la responsividad como la conjunción de evaluaciones ambientales, el manejo adecuado de los agentes afectados por la operación de la empresa y un monitoreo efectivo de las respuestas empresariales a temas sociales (Jamali, 2008, p.216). Esta nueva definición apunta a resaltar la importancia de los procesos de reacción empresarial frente a las demandas del entorno social que se ve afectado por su operación, y supera la concepción previa de RSE como un proceso encaminado al cumplimiento de obligaciones por parte de la empresa. (Araque y Montero, 2006, p.97), así como también traslada el énfasis en la conceptualización de la RSE desde una concepción donde la cuestión clave era reaccionar ante los problemas sociales generados por la firma, a un escenario donde lo fundamental es anticiparse a ellos.

Dicho modelo, tal y como se ha afirmado, complejiza la conceptualización de la Responsabilidad Social Empresarial, pero a la vez aporta elementos de análisis novedosos y definitivos para los desarrollos teóricos futuros.

Referencias bibliográficas:

1.     Aragón Correa, J. A., (1998), Empresa y medio ambiente. Gestión estratégica de las oportunidades medioambientales, Comares.
2.     Araque Padilla, R.A. y Montero Simó, M. J., (2006), La RS de la empresa a debate, Barcelona, Icaria.
3.     Detomasi, D.A., (2008), “The political roots of Corporate Social Responsibility”, en. Journal of Business Ethics 82, p.807-819.
4.     Freeman, E., (1984), Strategic Management: a stakeholder approach, Pitman, Boston.
5.     Jamali, D., (2007), “CSR: Theory and Practice in a Development Country Context”, en Journal of Business Ethics 72, p. 243-262.
6.     -----------, (2008), “A stakeholder approach to CSR: A fresh Perspective into theory and practice”, en Journal of Business Ethics 82, p.213-231.
7.     Wood, D., (1991), “Corporate Social Performance revisited”, en Academy of Management Review, No. 16(4), p. 691-718.

martes, 16 de noviembre de 2010

Pensar diferente es posible

Columna La Tarde
Fundación Kíos

Pensar diferente es posible
Muchas cosas tienen que pasar para que una idea se convierta en acción, pero la principal es que el sujeto, individual o colectivo, tenga la decidida voluntad de hacerla realidad. El problema es que, en lo que se refiere a acciones que impactan el ejercicio de lo público, el deseo natural de priorizar el logro de los intereses privados resulta ser un lastre que se debe superar.

Para ello, hay que empezar reemplazando sustancialmente algunos rasgos, erróneamente valorados como positivos, que definen nuestra identidad.

Colombia hoy, como consecuencia de un pasado plagado de guerras y confrontaciones, reprodujo en el imaginario colectivo la idea equivocada según la cual la violencia era la mejor forma de resolver los conflictos, con lo que favorecemos que las consecuencias derivadas de los hechos violentos, se conviertan en fatalidades inevitables.

Reproducimos también, muchos sin darnos cuenta –lo que no nos exime de complicidad-, conductas altamente peligrosas en nuestra cotidianidad. Nos enorgullecemos de un rasgo como la “malicia indígena”, recurso propio, heredado e intransferible, mezcla entre creatividad, astucia, recursividad, desconfianza e hipocresía, suficientes, en sus orígenes, para superar las desventajas del subdesarrollo y enfrentar los abusos de los conquistadores.

El malicioso es resistente y hace gala de un pundonor que es admirado por sus semejantes. La creatividad del colombiano convirtió este rasgo en uno de los símbolos de su identidad. Nos enorgullecemos de ello. El malicioso reproduce este recurso como adaptación y defensa, aún si va en contra del cumplimiento de las normas establecidas. Porque él también es, en últimas, trasgresor de leyes.

Y somos un país de “vivos”: los colombianos históricamente nos comportamos como creyendo que es más fácil cumplir nuestros sueños si no obedecemos las leyes. En este país, el vivo es quien logra sus objetivos avanzando por el camino más fácil.

Y desafortunadamente el ejercicio de la política en este país, reflejo obviamente de estos comportamientos cotidianos, reproduce en la toma de decisiones públicas, todos los efectos negativos del incumplimiento de las normas socialmente aceptadas, en favor de unos pocos.

Hay que pensar diferente. Por eso, la Fundación Kíos, convencida de que se pueden modificar dichos comportamientos, superando discursos políticamente correctos que parloteamos en público para justificar nuestros actos, promoverá, desde esta columna, espacios para la reflexión en torno al desarrollo de sinergias para el logro de los fines últimos de lo colectivo, sin que eso implique el incumplimiento de las normas.

Publicado en La Tarde de Pereira el 16 de noviembre de 2010: http://www.latarde.com/opinion/columnistas/33771-pensar-diferente-es-posible.html

martes, 9 de noviembre de 2010

Del Respice Pollum, al Respice Omnia

Desde las aulas
César Augusto Niño González
Escuela de Política y Relaciones Internacionales
Universidad Sergio Arboleda
Bogotá

Del Respice Pollum al Respice Omnia

Las relaciones bilaterales entre Colombia y Estados Unidos han dado un giro trascendental. Colombia le ha apostado a un diálogo fuera de los temas militares y del narcotráfico, incluyendo en la agenda otros como los del buen gobierno, la energía, el medio ambiente, el desarrollo y la democracia. Es evidente que la llegada de Santos a la presidencia  ha suscitado una postura distinta al Respice Pollum, que desde Marco Fidel Suárez el país había planteado.

La mirada al norte, desde hace aproximadamente tres meses, se ha transformado en un Respice Similia y un Respice Omnia, es decir, hemos mirado a nuestros semejantes, y también a todos los otros países como eventuales futuros socios. Por primera vez desde los años setenta, Colombia quiere poner temas en la agenda internacional distintos al monolítico asunto de las  drogas, como bien lo plantea Adam Isacson (Diario El Tiempo, 20 de octubre 2010)[1]

Es importante que el país se proyecte como lo que es, un Estado renovado, ya no la Colombia oxidada que el mundo conoció en la Guerra Fría como un actor simple alineado a Estados Unidos,  y supeditado a un conflicto interno atiborrado de drogas, narcotráfico y corrupción. Colombia si quiere sobresalir en la arena internacional debe posicionarse y atraer el equilibrio de poder a su favor en la región, debe proyectarse como líder donde el eje Bogotá- Washington sea una hoja de ruta que jalone o apalanque su nuevo posicionamiento geoestratégico.

La visita del vicesecretario Steinberg efectivamente puso sobre la mesa diversos temas que son atractivos para ambas naciones, pero no se puntualizó algún avance en concreto. Es decir, la intención es evidente, pero el reto sigue siendo grandísimo, dadas las condiciones primarias de Colombia en los asuntos tecnológicos y científicos. La visita trajo consigo un sinnúmero de expectativas, nuevos aires y un abanico vastísimo de oportunidades que serán relevantes para la región.

La visita de Steinberg fue sin embargo muy particular. En primera medida, su reunión con el gobierno dio paso a una discusión académica en la ciudad de Medellín. Desde allí se trazaron directrices en un discurso lleno de buenas intenciones. Según el subsecretario, Colombia “ha experimentado una de las transformaciones más dramáticas de cualquier país en el mundo” y en ese sentido, Estados Unidos se comprometió a respaldar esa evolución durante tres gobiernos[2]. Steinberg también reconoció ante la opinión pública y la academia, que Colombia es un gran alumno y un excelente socio.

Al concluir la gira el menú quedó sobre la mesa. A pesar de que no se llegó a acuerdos precisos, la puerta quedó abierta para engranar distintos asuntos en la agenda de ambos Estados.

Colombia, ha girado su cabeza: ahora es nuevamente miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, le ha apostado al multilateralismo, se ha abierto y busca nuevos socios, no sólo comerciales, alrededor del mundo. Le ha llegado la hora al país de implementar su propio Respice Omnia y ver en cada país del mundo a un socio estratégico si quiere apalancar su salto al escenario mundial como nuevo decisor en la agenda global.


[1] El Tiempo, sección Política, disponible en http://www.eltiempo.com/politica/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-8155221.html consultado el 21 de noviembre de 2010
[2] Diálogo de alto nivel, discurso, disponible en http://www.america.gov/st/peacesec-spanish/2010/November/20101103121928x0.3168103.html?CP.rss=true recuperado el 6 de noviembre de 2010


domingo, 7 de noviembre de 2010

La evolución de un concepto aún debatido

Investigación-RSE
Santiago Gómez Mejía

La evolución de un concepto aún debatido
¿Filantropía o legalidad?

La complejidad del concepto de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) radica hoy en que “dos disciplinas académicas defienden polos opuestos en el debate sobre las responsabilidades sociales de las empresas: la economía (que se enfoca en las corporaciones) y la filosofía moral (que se enfoca en las responsabilidades sociales propiamente dichas)" (Godfrey y Hatch, 2007, p.88).

Sin embargo, todos los intentos de teorizar sobre el tema parten de una inquietud original común: el impacto de las actuaciones empresariales en los entornos sociales sobre los cuales dichas organizaciones tienen incidencia. Sólo a partir de dicha relación, el concepto de RSE cobra sentido. Y esta no sólo es económica, como se pensaba inicialmente. Los aspectos sociales y medioambientales se tornan cada día en variables más relevantes para definirla (Araque, y Montero, 2006, p.17-19).

Aunque algunos autores afirman que los orígenes del concepto se puede rastrear a las iniciativas altruistas y de mecenazgo de algunos industriales del siglo XIX (Perdiguero y García, 2005; Doane 2004; Smith, 2003), tal y como manifiestan Araque y Montero,  “es posible trazar evidencias de la preocupación de la empresa por la sociedad durante más de tres siglos, pero es en el XX cuando [proliferaron] los estudios formales sobre este asunto… En el siglo XVIII y en buena parte del XIX, hablar de RSE era referirse a la caridad de los propietarios. Se trataba de una actitud paternalista de los grandes empresarios enriquecidos” (2006, p.23). Posteriormente, en la segunda mitad del XIX, la RSE fue entendida como la respuesta empresarial necesaria frente a las nuevas regulaciones gubernamentales, especialmente en el ámbito laboral. Pero fue sólo hasta mediados del siglo pasado que se dio un fuerte desarrollo conceptual en torno a la RSE, lo que indudablemente sirvió de insumo para los numerosos estudios aplicados de los años ochenta y la aparición de las más modernas teorías en torno al asunto en los albores del siglo XXI.

Desde la década de los cincuenta, con la publicación de Social Responsibilities of the Businessman de Howard Bowen en 1953, se destacaron dos vertientes teóricas diferenciadas que determinaron la evolución de la conceptualización desde entonces hasta la actualidad. Por una parte, la europea, que interpretó la ética empresarial, en el marco de la RSE, sin remitirse exclusivamente a los imperativos legales y jurídicos, tratando de establecer aproximaciones filosóficas y sociológicas para justificar su pertinencia, otorgando una alta importancia a la autorregulación. De otro lado, la norteamericana, que enfatizó en la elaboración de códigos de ética empresarial y la utilizó para justificar las prácticas empresariales lucrativas (Martínez Herrera, 2005, p.24).

Sin embargo, no es hasta dos décadas después que se establecieron claramente dos posiciones antagónicas frente a la responsabilidad de la empresa ante a su entorno inmediato, a partir del artículo en el que Milton Friedman (1970, p.122) afirmó que “la responsabilidad social de las empresas [era exclusivamente] incrementar sus beneficios”. A través de su disertación, Friedman afirmó que el modelo de mercado garantizaba la óptima asignación de recursos y por tanto no se requerían acciones adicionales de RSE, que la empresa no era una institución benéfica, que los costes en que ésta incurría para hacerse responsable disminuían sus ganancias, que el bienestar social era responsabilidad del Estado y no de los empresarios, y que exigir la implementación de estrategias de RSE a dicho sector era otorgarle más poder del que naturalmente debía tener.

Sus contradictores, por su parte, argumentaron que el óptimo del mercado que Friedman defendía era falso, “dada la discrepancia entre el modelo real y el modelo clásico de competencia perfecta” (Araque y Montero, 2006, p.30). Adicionalmente, defendían vehementemente que la RSE no era un gasto, sino una inversión que generaba beneficios a mediano y largo plazo, así como que la empresa tenía la obligación moral y ética de coadyuvar a la solución de los problemas sociales porque la sociedad le proveía recursos definitivos como educación, trabajadores cualificados, sistemas legales e infraestructuras. Pero también, argumentaron que los problemas sociales se resolvían de manera más eficiente si se contaba con la decidida participación empresarial (Araque y Montero, 2006, p.30).

Dicha discusión agudizó un debate que se ha extendido hasta nuestros días y que había permanecido parcialmente oculto durante los años previos, pero que en últimas determinó la diferencia sustancial entre la mirada europea y la norteamericana: ¿Debe ser la RSE un acto filantrópico y voluntarista, o por el contrario, debe ser una obligación establecida por las leyes?

Quienes consideraban que la RSE de la empresa se remitía a la maximización de sus beneficios tendieron a interpretarla como el resultado de una imposición estatal.

Por el contrario, aquellos que defendían su carácter voluntario afirmaban que “concebir la RSE  como un conjunto de obligaciones que hay que cumplir acarrea el peligro de que se separe lo ético de lo estratégico” (Araque y Montero, 2006, p.83), que “la filantropía como estrategia [consideraba] a la empresa como un actor fundamental del desarrollo sostenible, y se [orientaba] a mejorar el contexto competitivo” y que era sólo a través de esa discrecionalidad que la empresa podría convertir la RSE en fuente de eventuales beneficios, entre otras, porque “cuanto más estrechamente relacionada [estuviera] la filantropía de una empresa con su contexto competitivo, mayor [sería su] contribución a la sociedad” (Martínez Herrera, 2005, p.69-73).

En ese mismo sentido, algunos autores y documentos han definido la RSE como “la integración voluntaria, por parte de las empresas, de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y sus relaciones con sus interlocutores”, reiterando que “ser socialmente responsable no significa solamente cumplir plenamente las obligaciones jurídicas, sino también ir más allá de su cumplimiento invirtiendo más en el capital humano, el entorno y las relaciones con los interlocutores” (Libro Verde sobre Responsabilidad Social de las empresa, 2001, p.7), que “la asunción voluntaria de las repercusiones que la empresa tiene en su entorno, en el medio social donde está inmersa, y [se convierte], en consecuencia, [en] un aporte permanente al desarrollo sostenible, al bienestar de la sociedad y a todos cuantos giran alrededor de su actividad… y por tanto [en algo que] va más allá de lo que exige el derecho” (Perdiguero y García, 2005, p.133-134), y terminan definiendo RSE como “el mantener las relaciones con la comunidad mediante actividades de caridad y apoyo financiero, contribuir a fomentar acciones humanísticas como la igualdad en el trabajo, asumir obligaciones medioambientales que afecten el aire y al agua, dar prioridad a los consumidores fijando precios justos y preocupándose por la seguridad de los productos” (Davidson, 1994, p.29-30).

Dicho debate pareció neutralizarse cuando aparecieron definiciones intermedias, reconociendo que “lo voluntario y lo obligatorio evolucionan con el tiempo, al igual que los valores sociales” (Perdiguero y García, 2005, p.54), que “la responsabilidad [social empresarial es] voluntaria u obligatoria en función de las repercusiones que tengan los actos de irresponsabilidad y [su efectiva ejecución depende] de las consecuencias de no ser responsable” (Perdiguero y García, 2005, p.47), que “sólo cuando no cumplir la recomendación tiene un coste social muy elevado se establecen obligaciones legales” (Perdiguero y García, 2005, p.50),  y que en los dos escenarios –tanto en aquel en que cumplirla voluntariamente es posible como aquel en el que se requiere de una ley para hacerlo- la RSE es fundamental para el desarrollo social y también para promover el lucro privado. En últimas, que “la responsabilidad ocupa un espacio intermedio entre los derechos y las obligaciones formales. En ese sentido… [la RSE] no responde [sólo] ante la ley, sino [también] ante un estado de opinión pública construido en un momento concreto” (Perdiguero y García, 2005, p.67).

En términos del nivel de análisis, entonces, los debates en torno a la RSE se trasladaron de una discusión de sus efectos macro-sociales a un estudio de sus efectos sobre el desempeño financiero de la empresa, desde un punto de vista organizacional. Y en términos de su orientación teórica, desde estudios normativos y éticos, a otros sobre los impactos de la gestión de la RSE sobre la empresa (Paul, 2008, p.54).

El debate aún no se ha cerrado, y por tanto, una de las dificultades en la aplicación y la evaluación de estrategias de RSE en las sociedades actuales, es la falta de un consenso en torno a una definición compartida.

Imagen tomada de: http://theologikeal.blogspot.com/

Referencias bibliográficas:
         1.    Araque Padilla, R.A. y Montero Simó, M. J., (2006), La RS de la empresa a debate, Barcelona, Icaria.
2.    Davidson, J., (1994), ”The case for corporate cooperation community affairs” en Business and Society Review, 90, p. 29-30.
3.    Doane, D., (2004), “Beyond corporate social responsibility: Minnows, Mammoths and Markets” en The Journal of Policy, Planning and Futures Studies, edición especial: The Future of Ethical Corporations.
4.    Godfrey, P.C., Hatch, N.W., (2007), “Researching Corporate Social Responsibility: An agenda for the 21st Century”, en Journal of Business Ethics 70, p.87-98.
5.    Friedman, M., (1970), “The Social Responsibility of Business is to increase profits”, [En línea], disponible en:  http://www.colorado.edu/studentgroups/libertarians/issues/friedman-soc-resp-business.html.
6.    “Libro Verde sobre Responsabilidad Social de las empresa”, (2001), [En línea], disponible en: http://eur-lex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ.do?uri=COM:2001:0366:FIN:ES:PDF.
7.    Martínez Herrera, H., (2005), El Marco ético de la Responsabilidad Social Empresarial. Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.
8.    Paul Lee, M., (2008), “A review of the theories of corporate social responsibility: Its evolutionary path and the road ahead”, en International Journal of Management Reviews, 10, 1, p. 53-73.
9.    Perdiguero, T., García Reche, A. (eds.), (2005), La Responsabilidad Social de las Empresas y los nuevos desafíos de la gestión empresarial, Universitat de Valencia.
10. Smith, N.C., (2003), “Corporate Social Responsibility: Wheter or How?” en California Management Review, 45(4), p.52-76.